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José Manuel Ponte

La liberación de las gimnastas

La presión en el deporte

La inesperada conmoción de estas Olimpiadas sin público es el número de participantes que reconocen no tener fuerza mental para resistir la presión y se retiran. Podría pensarse, antes del inicio de la competición, que la ausencia de aficionados en las gradas ayudaría a crear un ambiente desapasionado y por tanto a favorecer la concentración de los atletas. Pero ha resultado todo lo contrario y las imágenes que nos llegan desde Japón son abundantes en gente derrumbada y llorosa, que agacha la cabeza entre las manos con signos evidentes de estar padeciendo una profunda depresión. Curiosamente, los afectados no son los competidores de segundo y tercer nivel, sino las estrellas rutilantes de las que se esperaban proezas extraordinarias. La última de esa lista ha sido la gimnasta norteamericana Simone Biles, una mujer de raza negra y 26 años de edad a la que se suponía capaz de batir sus récords anteriores y concluir su exhibición ejecutando un salto, el llamado “Yurchenko”, un doble mortal en carpa tan peligroso, al decir de los que saben de esta especialidad deportiva, que ni los hombres se atreven a hacerlo. Además de todo eso, Simone Biles era un referente para todas las mujeres que practican la gimnasia al haber denunciado los abusos sexuales (de los que ella también fue víctima) por parte del médico del equipo norteamericano, Larry Nassar, que fue condenado a 200 años de cárcel. Con ella como primera figura mundial, la gimnasia femenina acabó por liberarse de la imagen de esas niñas delgadas y cuasi anoréxicas que vivían esclavizadas por unos entrenadores que retrasaban su crecimiento. Al hacer pública su retirada, Simone Biles dijo: “Muchas veces de verdad siento como si llevara sobre mis hombros el peso del mundo. Hago como si la presión no me afectara, pero ¡narices!, por veces es demasiado difícil” El paso a un lado de la norteamericana nos trae a la memoria a la asombrosa gimnasta rumana Nadia Comaneci, que ganó nueve medallas de oro, cinco olímpicas, y la puntuación de diez, la ‘perfección absoluta ‘, para lo cual los jueces hubieron de subir la escala de valores oficial, cuya nota máxima era nueve. La Comaneci fue un icono para el régimen comunista de Nicola Ceacescu, que le concedió el título de “Héroe del Trabajo Socialista”, aunque eso no impidió que la sometiese a estricta vigilancia por agentes de la siniestra Securitate, que estaban obligados a entregar al dictador rumano un informe diario sobre sus actividades cuando viajaba al extranjero con el equipo nacional. El ambiente político represivo era asfixiante, pero no lo era menos el que propiciaba su entrenador Bela Karoly, de ascendencia húngara. Karoly maltrataba con sus durísimos métodos de entrenamiento a las atletas y hasta llegaba a pegarlas y a insultarlas; como en una ocasión hizo con la propia Comaneci a la que reprochó que hubiese engordado 300 gramos. Su lema lo resumía todo: “Nunca es suficiente”. Cuando pudo, la gran estrella rumana huyó del país y se nacionalizó norteamericana. Los que conocimos la muy recatada ‘gimnasia con pololos’ de la Sección Femenina del Movimiento nos alegramos de que estos años se haya avanzado tanto en la defensa de los derechos de las gimnastas. Aquello sí que era deprimente.

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