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Perdedores

La propensión a competir de muchos seres humanos

Pocas cosas parecen elevar más el espíritu humano que la victoria. Será por eso que el anónimo escultor de la “Victoria de Samotracia” la representó alada, a punto de alzarse a los cielos. El ganador adquiere linaje divino, y es probable que de ahí provenga su alto poder adictivo, porque nos resulta facilísimo endiosar a los vencedores y, ya de paso, despreciar a todos los demás.

“El segundo es el primero de los perdedores”, decía un personaje de una serie norteamericana en cuya trama se competía por conseguir la única plaza en un equipo. Se me quedó pegada la frase porque me hizo reflexionar en torno a la cultura de la victoria justo en el momento en que Simone Biles, a quien antes de competir ya le daban por indiscutible ganadora de media docena de oros olímpicos en gimnasia, renunciaba a competir y destapaba el secreto a voces de lo que representa el deporte de élite para muchos deportistas: una presión mental insoportable.

Fue Gabriel García Márquez quien habló por primera vez de “miedo escénico”, refiriéndose así al profundo miedo que le embargaba cuando tenía que hablar en público. Ese concepto lo rescató más tarde Jorge Valdano para referirse al que sentían los futbolistas cuando competían. Es común entre los aficionados al deporte usar frases como “la camiseta del Madrid pesa mucho” para explicar que determinado jugador no ha podido resistir la presión.

Siempre me sentí intrigado por esa propensión de muchos seres humanos a competir, esa que les impele a medirse y ver quién es más rápido, más fuerte, quién llega más alto, por seguir con el olimpismo. No tengo (tampoco) esa virtud, si virtud fuese, será porque por más que me he mirado enfrentando espejos, no he conseguido verme el dorsal a la espalda que muchos traen de nacimiento. Es de suponer que a mí no me lo dieron, o que llegué tarde al reparto y ya no quedaban ni plazas en el banquillo, de modo que siempre me vi libre de la angustia de querer superar a nadie, y he vivido en la calma de rebasar nada más que mis propias torpezas.

Mientras proso estas líneas me entero de que al pobre Antonio de Nebrija, que llevaba medio milenio como plusmarquista de los lexicógrafos españoles, le acaba de robar el podio un tal Alfonso de Palencia, a quien se ha atribuido un diccionario publicado quizá cuatro años antes que el de Nebrija, lo que demuestra que no hay récord imbatible, que todo es perecedero, fugaz, efímero, como lágrimas en la lluvia, y que todos corremos, irremisiblemente, hacia nuestra derrota.

El hormigón armado del que se compone el rostro del alcaldín Aurelio para humos y coches le ha llevado a entablar desigual batalla contra el puerto del Musel por mor de los carbones que, de vez en vez, cubren en las bajamares el tan reputado dorado manto de la arena de San Lorenzo. La APG dio cuenta de un informe, firmado por geólogos de la Universidad de Oviedo, indicando que esos carbones proceden del naufragado carguero Castillo de Salas. Sin embargo, el desahogado concejal, usando dineros consistoriales para apoyo de sus argumentos, contrató hace unos meses a una consultoría que achaca esos carbones a vertidos procedentes de las actividades portuarias. El edil comunista, como buen fanático, no pudo soportar que el informe portuario llevase la contraria a los de su empresa amiga asesora y no se le ocurre otra cosa que llevarlos a sede consistorial para que den cuenta a los medios de comunicación que a ellos corresponde la verdad y que tanto el puerto como los geólogos universitarios no tienen ni repajolera idea. Pues eso no está nada bien: utilizar la sede de una institución para pegarse con otra de la misma localidad es de una gran falta de educación institucional y baja calidad política, máxime cuando el consistorio forma parte del concejo de administración de la APG en la persona de nada menos que la gentil dama de Carbayonia, que es nada menos que la vicepresidenta de la entidad.

El sidecar de la moto gobernante en Gijón ha querido llevar el manillar y los frenos, con el logro de haber llevado al vehículo a la cuneta. No ha habido de esta lesiones mayores, más allá de pequeños rasguños que sólo han precisado de tirita. Si uno fuera presidente del puerto, en lugar del mesurado y paciente Laureano Lourido, ya estaban el tal Aurelio y su jefa la fina dama González en órbita, y encima me habría ganado el aplauso de la superioridad provincial que, como ya quedó claro, no soporta a sus correligionarios municipales gijoneses y menos a la adherencia comunista que forma parte de la estrafalaria e inútil banda.

Al alcaldín Aurelio se le puede aplicar el dicho aquel de Andreotti al referirse a la política española: “manca finezza”, en su acepción más dañina por sus formas algo groseras y paletas de entender las relaciones políticas. Ya sabíamos que a este sujeto no se le podía pedir “finezza”, pero por lo menos que contuviera sus maneras rudas y palurdas, porque algo leído estará y ya lleva unos cuantos años de pescante político como para no relacionarse a coces en el imprescindible diálogo con una de las más necesarias y serias instituciones regionales como es el puerto gijonés.

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