La pauta completa de vacunación reduce hasta tres veces la probabilidad de enfermar de covid, y hasta diez veces el riesgo de morir de la enfermedad, incluso en el fragor de la variante delta o india. No vacunarse es una mala opción estadística, aparte de comportar un ejercicio insolidario comparable a conducir con un exceso de velocidad, por citar un peligro muy frecuente pero con la consideración social de pecadillo. Ahora bien, a quienes el coronavirus no ha embotado definitivamente las capacidades de la memoria, les costará encontrar declaraciones de expertos que en la primera mitad del año vaticinaran la inesperada quinta ola con más de la mitad de la población en pauta completa.
“Vacunar, vacunar y vacunar”, por ceñirse a la estrambótica trilogía doctrinal de la ministra Darias, no franquea el acceso al Nirvana sino a un clavo ardiendo. Para aplastar artificialmente el auge en curso, se anuncia desde la vertiente científica que es la oleada definitiva, otra vez. Aparte de que acertar en el ensayo número cinco no es muy estimulante, el estribillo de la derrota del virus empieza a agotarse. Parece preferible el veredicto del presidente de Moderna, “hay que mantenerse humilde sobre la evolución del coronavirus”. Y recordar que la ola cedió en la India original con el mismo vigor que su estallido, sin recurso a la vacunación, a las restricciones creíbles ni a la atención sanitaria de marca occidental.
La mayor impugnación a la exigencia de credulidad en curso no corresponde a los antivacunas ni al Tribunal Constitucional. En un documento secreto desvelado el pasado fin de semana por el “Washington Post”, el Centro de Control de Enfermedades estadounidense o CDC no solo se mostraba comprensivo con el escepticismo creciente, sino que establecía con claridad la urgencia por “reconocer que la guerra ha cambiado”. Y se les ha silenciado como si fueran hechiceros.
