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José María Ruilópez

¡Qué agotamiento!

Balance personal de los Juegos Olímpicos

Llevo quince días saltando, corriendo, dando vueltas en el aire, medio mareado y vomitando, porque a mí el mar sólo me gusta para la poesía, que suena muy bucólico, y eso de las regatas siempre me pareció como ir contra corriente, y yo quiero más seguir en la dirección apropiada, lo normal, como todo el mundo. Alguno de esos días hasta he montado a caballo, que no voy a decir cómo me quedaron las posaderas por respeto al lector, además de medio deslomado por levantar en un solo movimiento unas ruedas de hierro gigantescas, y dándome bofetadas con otra gente que no conocía de nada, soy muy pacífico, porque me dijeron: ¡hala!, estás clasificado para la final, dale al nipón. Y el tal nipón era duro como un kamikaze; y cuando llegué a casa me pidieron el carnet de identidad porque nadie me conocía. Pero, ¿usted vive aquí? Menos mal que me acompañaba un sanitario. Y nadando. Aprendí a flotar, que no a nadar, en un río de Teverga, muy lejos de cómo lo hacía mi padre, un experto nadador, que una vez que se ahogó un chico en el Banzao, un pozo del río en Entrago, y tuvieron que ir a llamarlo a él a la oficina para que lo sacara porque nadie lo conseguía.

La cosa es que de tanto ejercicio he perdido peso, sí, y eso siempre es saludable. Pero estoy deshecho. Porque, aparte de todo esto y más, estuve encerrado quince días en unos apartamentos alejados del mundanal ruido. Con lo que me gusta a mí el mundanal, no tanto el ruido. Porque había riesgo de coger el covid-19, y así y todo alguien se contaminó. Que no es que fuera un drama, porque la cosa era leve, pero dejaban a su país fuera de juego. Si tengo que hacer un balance de los resultados obtenidos en mis Juegos Olímpicos, empezaré por la parte física: un moratón en un pie por el golpe que me propinó un sueco con el stick en el partido de hockey. Un rasponazo en el glúteo derecho en una caída múltiple en la prueba de ciclismo en línea. Un esguince en una muñeca por un bestia que me volteó como si fuera una pluma de avestruz en el combate de yudo y caí sobre una mano con todo el peso. La mandíbula fuera de su sitio habitual por un Dwi Chagi, una patada que me dio un coreano con un giro de 180 grados en el combate de taekwondo, que casi ni me entero, porque parecía una hélice en forma de chinito, siempre confundo a estos orientales, mientras yo me preguntaba: ¿dónde va este tío? Hasta que la lengua se me trabó y me salió el protector bucal por los aires. Eso sí, el tipo muy educado, se acercó a mí e hizo una reverencia como si yo fuera el rey del mambo. Estaría bueno, encima de cómo me dejó el físico, me dijera: ahora “yeosmeog-eo”, que en coreano quiere decir, jódete.

Y qué decir de la erupción que me salió por la alergia que me produjo el magnesio en polvo para las manos al afrontar las piruetas en las barras asimétricas, sin contar el golpe en las ingles en una de las secuencias más arriesgadas que hice a ver si había manera de llevar una medalla. Aunque lo cierto es que no pasé de los ensayos preliminares. Porque había una rapaza belga, Nina Derwael, que se llevó el oro, y me dije, ¡que va!, yo por ahí no paso. Menudo mareo. Sobre todo viendo a los varones con unos deltoides que, la verdad, no me parecían normales. Así que de tanto trasiego y tantos nervios se me secó la boca. Como en la nevera no tenía agua, pues pensé en recorrer el pasillo hasta una puerta donde escuché que había gente. Llamé y me abrió una chica desnuda, es decir, en pelota picada. Viendo la cara de espanto que puse, me dijo, “entra, no pasa nada. Es que mi compañera y yo estamos discutiendo que si debemos llevar el bikini de siempre o un calzón tipo culote para el juego de balón mano playa”. Pronto reconocí su acento noruego. Yo sólo quería un poco de agua, dije. Sírvete tú mismo, me dijo una de ellas. Cogí el agua y salí pitando. Luego me enteré de que para este deporte aplican la normativa de la Federación Española de Balonmano, “que deben llevar un bikini ajustado con un lado no superior a los 10 centímetros”. Después pongo la televisión y hablan de que las jugadoras de Qatar quieren competir con bikini, que están hartas de esconder mejillas según la ley islámica, y, además, con 30 grados de temperatura.

El mundo, el demonio y la carne, que decía la Biblia, ahora se sustituye por el marketing, las reclamaciones de hacienda a algunos “olvidadizos”, o el pudor falso de la federación de fútbol, que penalizan al jugador si se quita la camiseta para mostrar la chocolatina. ¿Dónde quedó el desnudo de las nórdicas en los años setenta que venían a las costas españolas para mostrarse en bikini, mini falda o top les? Decían que era la liberación de la mujer. ¡Ja! Era el despertar del muñeco español, adormecido por el franquismo. Intenté dar la vuelta en la cama, pero nada. Me dolía todo. Encendí la luz y tenía sobre la mesita de noche una medalla de la virgen de Covadonga. Grité: ¡milagro! Ahora sólo me resta saber el material de que está hecha. Igual la vendo y me saco un dinerito. Que no, que no es que me quite el sueño el asunto. Es que estoy agotado.

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