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Crítica / Arte

Asomado al misterio

Javier Riera crea una geografía natural propia con sus fotografías de proyecciones geométricas

Javier Riera señala, en el texto de presentación de la exposición, que el título, “Campo de presencia”, se refiere al filósofo francés Maurice Merleau-Ponty, en cuyas teorías espacio-temporales ha centrado sus indagaciones y hallazgos plásticos actuales. La muestra recoge instantáneas fotográficas de proyecciones de formas geométricas en la naturaleza. Son imágenes de una excelente calidad que despiertan curiosidad formal y conceptual, especialmente al advertir que no existe ningún tipo de manipulación digital en ellas; registran las intervenciones pero, sobre todo, son una prolongación de dicha experiencia, parte del proceso de análisis implícito en sus investigaciones visuales. En estas fotografías se observan composiciones de luz que recuerdan estructuras minerales y moleculares microscópicas que aportan una singular belleza al lugar elegido para cada instalación, la fuente de energía proyectada sobre el espacio natural, atmosférico o vegetal, resalta los volúmenes añadiendo un carácter escultórico sorprendente.

Asomado al misterio

Es la geometría uno de los ingredientes fundamentales de su trabajo, un lenguaje que se refiere a las propiedades de las figuras en el plano y el espacio y que, desde siempre, nos ha acercado a la comprensión del orden universal. Las formas geométricas vienen ahora a fusionarse con un paisaje que, para Riera no es otra cosa que una construcción necesaria para la convivencia y la comunicación, profundiza en sus irregularidades y evidencia cómo, tras la apariencia de las formas, existe una estructura interna, regular, pura, de tal manera que, las formas geométricas proyectadas poseen capacidad de hacer palpable lo intangible y hacer visible lo oculto. Como recuerda Santiago Olmo en uno de los textos dedicados al autor “Riera entiende la geometría como un lenguaje natural, anterior a la materia, capaz de mantener con ella un tipo de resonancia sutil y reveladora”.

En “Campo de presencia”, a la selección fotográfica, se suman dos instalaciones específicas que potencian considerablemente la exposición, ayudándonos a la comprensión de sus proyectos en espacios abiertos; el carácter orgánico de una de ellas, y su proyección a cierta distancia, inunda la sala, propiciando nuestra implicación y fusión con las imágenes en un acto perfomático que favorece, como afirma Merleau-Ponty “un lugar donde tomar contacto de manera inmediata con el tiempo y donde aprehender su transcurso”. Este lugar de experiencia temporal es clave en la configuración de la obra de Javier Riera, su carácter participativo estimula, permitiendo vivir la experiencia artística como un acontecimiento único y acercándonos, de una manera sutil, a los presupuestos de la corriente Land art, especialmente a los de artistas que apenas intervienen en el lugar como Richard Long o Andy Goldsworthy. Sus intervenciones no dejan rastro en el entorno, son proyecciones puntuales que parecen responder al carácter cíclico de los procesos naturales y de cuya contemplación podemos extraer conocimiento y desvelar aspectos intrínsecos en la naturaleza.

La obra actual de Javier Riera es admirable, no solo por su rigor y atractivo plástico, también por ser reflejo de sus búsquedas constantes en torno al sentido de la creación. Hace años que se alejó de la pintura, transitando desde el lienzo al espacio natural, para profundizar en aspectos de la percepción y abrir nuevos caminos en los que la tecnología juega un papel fundamental para el crecimiento artístico del ser humano. En su momento, el crítico Rubén Suárez describió sus obras pictóricas como “espacios de incertidumbre”, afirmación que, con el tiempo, se ha visto absolutamente renovada haciéndonos partícipes de su experiencia artística y vital, para revelarnos cómo, la fuerza de seducción del arte no reside únicamente en su belleza formal sino, sobre todo, en su capacidad para asomarse al misterio.

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