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José Manuel Ponte

Diálogos con los talibanes

Algún día nos explicarán cómo fue posible que los ejércitos más poderosos del mundo (Estados Unidos y sus aliados de la OTAN) tuvieran que salir derrotados de Afganistán por una tropa musulmana de fanáticos que no tenía armamento nuclear, ni fuerza aérea, ni vehículos blindados, ni siquiera dinero para uniformes, pues todos vestían como Alá les dio a entender. El único rasgo que los podía identificar como talibanes era un espectacular turbante de color blanco, o negro, y una espesa barba de las que hay que podar con tijera. Pues bien, esa tropa de desarrapados, que calzaban zapatos de todas clases cuando no deambulaban descalzos, fue capaz de imponer una fecha de salida a las potencias occidentales que venían ocupando el territorio de ese país asiático desde hace veinte años. Las cadenas de televisión de todo el mundo nos sirvieron el bochornoso espectáculo de la retirada militar y del pánico de los civiles que se agolpaban por miles a las puertas del aeródromo de Kabul con la esperanza de coger un avión que los librase de las temidas represalias de los talibanes.

Algunos aliados de Estados Unidos, como Inglaterra y Alemania, pidieron al presidente Biden que aplazase la fecha de la retirada para dar tiempo a ordenar el éxodo, pero el mandatario norteamericano no accedió. Aunque, eso sí, envió al director de la CIA a negociar, no sabemos qué, con el líder político de la milicia. En medio de ese caos, a nuestra ministra de Defensa, Margarita Robles, se le ocurrió una ingeniosa forma de localizar a los afganos que colaboraron estos años con los militares españoles. Había que gritar ¡España!, ¡España! para que se orientasen entre la multitud –dijo la Ministra– y al mismo tiempo agitar banderas rojigualdas. El método parece más propio de una hinchada futbolística que de una táctica castrense, pero al parecer funcionó bastante bien, según reconoció más tarde la señora Robles. Pasarán muchos años hasta que la publicación de los documentos secretos de la CIA nos permita conocer con algún detalle la verdad sobre la guerra en Afganistán y sobre el papel que jugaron los feroces talibanes. Su primera aparición en esa historia se remonta a la guerra de guerrillas que diversas facciones de islamistas radicales, financiadas generosamente por Arabia Saudí y los Estados Unidos (entre ellas los talibanes), desencadenaron contra las tropas soviéticas que habían acudido en apoyo de la República de Afganistán.

Los soviéticos acabaron retirándose y dejaron el campo abierto a las versiones más reaccionarias del Islam. Fue entonces que aparecieron en escena un multimillonario saudí llamado Bin Laden y una organización terrorista conocida por Al Qaeda. Tanto el uno como la otra fueron acusados de inmediato de ser los instigadores de los atentados contra las Torres Gemelas y propiciaron la invasión de Afganistán que, al parecer, se había convertido en refugio de terroristas. La búsqueda de Bin Laden, que vivía en una cueva inaccesible, no dio resultado durante años hasta que, con Obama de presidente, fue asesinado cerca de una base militar de Pakistán por comandos especiales. Luego sepultaron su cadáver en lo más profundo del mar para que no se convirtiese en leyenda y en objeto de peregrinación. Mientras tanto, los talibanes reaparecen dando una versión moderada de sí mismos y dialogan con el director de la CIA.

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