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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Talibanes, toros y magia simpática

La salida de EE UU de Afganistán y el doble rasero de medir las cosas

Las mujeres van a quedar sometidas en Afganistán a algo peor que una prisión, a una de las interpretaciones más extremas del islam. Tampoco el resto de la población, salvo los del negocio, va a tener una vida deseable.

Ahora bien, llaman la atención dos cosas. La primera, que muchos de entre quienes se manifiestan dolidos por esa tragedia sean quienes más han criticado la presencia de EE UU (y, en menor medida, de tropas de la OTAN) en ese país, como, en general, critican cualquier acción militar de EE UU. Y, sin embargo, ha sido esa presencia militar multinacional la que ha permitido a mujeres y varones de Afganistán llevar una vida relativamente libre y normal. Pues bien, censuran ahora la salida de las tropas dejando a esos ciudadanos en manos de un régimen teocrático.

Consecuentes con su actitud de censura hacia la retirada y, sobre todo, con su manifiesta preocupación por la inmediata situación de las mujeres allí, deberían exigir la vuelta de las tropas internacionales y la ocupación del país, a fin de garantizar esa situación que, con razón, tanto desean. ¿Lo hacen? No. ¿Estarían dispuestos a salir a la calle para pedirlo, no digo ya a poner dinero para ello? No.

¿Qué hacen entonces? Organizan manifiestos y manifestaciones, exudaciones en las redes sociales, proclamas de indignación y “exigencias a los talibanes”. Lo que tiene el valor de aquella campaña de píos de Michelle Obama, aquel #BringBackOurGirls, destinado a que Boko Haram devolviese a 200 niñas secuestradas. Todo ello tiene el mismo valor que las oraciones y las procesiones para impetrar la lluvia o el cese de la pandemia (o el dirigirse a los tribunales para solicitar permisos para disponer medios contra la expansión del coronavirus). ¡Lo que se reirán los talibanes o lo habrá hecho Boko Haram!

Ahora bien, es posible que tanto los manifestantes como los procesionantes de lluvia tengan una mentalidad mágica y crean, como los rogantes a san Fortunato (“los cojones te ato, si no me das lo que te pido no me desato”), que las palabras o los castigos en efigie son capaces de mover al rogado y modificar la realidad. ¿Lo creen? Quienes promueven esos movimientos saben que muchos de sus adeptos sí lo hacen, y, que, en todo caso, se sienten bien consigo mismos al participar en las rogativas.

Otro tipo de mentalidad mágica parece haber presidido la actitud de doña Ana, la alcaldesa de Xixón, al haber decidido que nunca más habrá corridas de toros en la ciudad al saber que dos de los toros “ejecutados” llevaban los nombres de “Feminista” y “Nigeriano”, como si al alancear a los astados el “caballero cristiano” (que diría Moratín) alancease en ellos a las feministas (o, tal vez, a todas las féminas) y a los nigerianos (o, más en extenso, a todos los negros), en un acto, si no semejante a aquello que el vudú supone que consigue al dañar en la efigie el representado, sí, al menos, de carácter simbólico: una humillación, un insulto público.

No tomen ustedes lo que acabo de decir como una exageración: he visto en las redes sociales quienes sostienen –y no son unos pelamangos cualquiera, tienen estudios– que los nombres de los toros han sido puestos adrede con esa intención. ¿Lo cree doña Ana González? ¿Piensa ella que, como en la magia simpática, hiriendo el nombre se hiere la cosa? En absoluto. Doña Ana no cree en ello, pero sí en tres cosas: en que tiene una parroquia y que es conveniente mantenerla excitada para que su fe no decaiga; que en esa parroquia y sus aledaños hay mucha gente enemiga de las corridas de toros (aunque habría que recordar a las generaciones presentes cuánta gente de izquierdas fue filotaurina o a ello apoyó, empezando por el propio Areces, que destinó 330 millones a la plaza); que su negocio se sostiene en la fe de la parroquia, los de misa diaria y los que acuden en ocasiones y solemnidades.

Y como doña Ana se encuentra en un momento de no muy buena imagen pública, por sus actos pero también por la injusta “acusación” de ser ovetense, al ver los nombres de los toros ha pensado que la ocasión la pintaban calva, digo, astada, y ha decidido agarrarla por los cuernos.

Por eso no ha llevado el asunto a un pleno, ni lo ha planteado como una cuestión del grupo o del partido socialista, sino suya, de la alcaldía, de doña Ana: “es esta una decisión, la de la prórroga del contrato, que corresponde a la alcaldía, y, por lo tanto, la tomo yo”. Adviértase bien: Yo, Ana González.

Y ese es la razón última de la decisión, al margen de los motivos que pueda haber a favor o en contra de las corridas: un cuestión de voto lucrando y de recuperación de la imagen personal.

Las cosas, tal como son.

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