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JC Herrero

El locutor y el rey

Sobre la vuelta a España de aquellos que están por Oriente Medio

No es un cuento, es verídico. Era septiembre del año 2003, Bagdad. Los soldados estadounidenses tenían su centro de operaciones en el palacio de Sadam, Radwaniya, oro hasta en la poltrona del sátrapa. Un ingenuo cooperante se adentra hasta la médula del rico palacio: ¿Puedo sacar una foto en el trono? –Sin problema– dice uno de los marines. La sensación, sentado, fue de culpabilidad, el dictador estaba en busca y captura, la foto no sería para Instagram, ni mucho menos, si acaso para la intimidad y la memoria a largo plazo, sopesando el lujo y el poder frente al pueblo kurdo que sufrió la ignominia y genocidio. Media docena de misiles pintados en un enorme mural respaldaban el trono de Husein.

En la otra parte del cuento, en “flashback”, recuerdo la visita a un preso de una cárcel española, el deseo de volver a casa, su delito: ser insumiso, le asustaba lo militar y lo pagó con prisión, no de oro precisamente.

La moviola vuelve a Irak, entonces un alto mando militar se sorprendió al verme en Diwaniya: –¡Tú aquí! Cuando se acaben las guerras se acabará el turismo, dijo sorprendido. Nos conocimos en Bosnia, le consideré igual de amigo que al preso que se resistió a la conscripción, aun así quedé rucando con lo del “turismo”, si era por el cooperante que ponía dinero de su bolsillo para hacer ayuda humanitaria o si del militar cuyo sueldo crecía exponencial en misión, o por ambos.

De vuelta a casa, otro “flashback”. Una foto del rey ahora emérito, su mano se estrecha con la del voluntario, esa imagen si la guardo como oro en paño, no la de la poltrona de Husein.

Aun sentí lástima, barbón y reo Sadam, cuando le juzgan para la soga: las imágenes del genocidio kurdo, de la guerra de Irak, se confunden en mi mente ¿por qué sentir piedad?.

Pero el título de esta historia es el de “El locutor y el rey”. Suena bonito incluso para cuento de niños que sueñan con ser periodista, bombero, o reina ¿por qué no? También con ser presidente de una república, no tendría ningún reparo en visitar a quienes estén condenados por sedición en busca de la república perdida, es deber y obligación de un educador social, tienen derecho a volver a su casa.

Quien me estrechara su mano, entonces alabado, ahora exclama desde el micrófono del locutor de radio aquello de “teléfono, mi casa...”. No hay oro en los palacios que puede compararse con la quietud del hogar que añora cualquier expatriado, incluido un rey, ahora en Erte voluntario al que injustamente prejuzgamos por alejarse de aquello que su padre le transmitió: “¡Majestad, por España. Todo por España!”.

Si fuese locutor y rico también viajaría a Abu Dabi, pero sin hacer selfies, a devolver la mano a un hombre anciano que tiene esposa, hijos y nietos, No tanto por España, por el valor que cada persona poseemos, más allá de ser siervo o rey.

–¡España!– gritaban los afganos que deseaban huir de los talibanes. Cualquiera de esos aviones de rescate pudo pasar a recoger a Abu Dabi a un español que fue rey y que colaboró con nuestro país, él no dice ¡España! sino “Mi casa”. ¿A qué esperamos?

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