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José Manuel Ponte

Los escolares ya lo sabíamos

Los escolares que leímos varias novelas (y vimos algunas películas) sobre la colonización británica de territorios en los que predominaba la religión islámica sabíamos que la ocupación militar de Afganistán terminaría con un gran fracaso. Estaba cantado desde que el presidente norteamericano George Bush declaró la guerra al terrorismo mundial tras los atentados contra las Torres Gemelas. Según el ocupante de la Casa Blanca, el territorio afgano servía de refugio al famoso Bin Laden y a Al Qaeda. Los bombardeos de precisión se sucedieron uno tras de otro sin resultado práctico porque los escurridizos militantes de Al Qaeda ya se habían dado el piro. Algo parecido sucedió con Bin Laden, al que fue imposible encontrar. Hasta que diez años después fue localizado y muerto en Pakistán por fuerzas especiales comandadas por Obama en una acción televisada en directo para la Casa Blanca. La peripecia de la eliminación de Bin Laden ofrece algunos aspectos, digamos, curiosos, que darán trabajo en el futuro a historiadores y a periodistas con ganas de meter la nariz en asuntos todavía no bien aclarados. Como la oración fúnebre que un religioso musulmán al servicio (se supone) de la Marina de guerra de Estados Unidos leyó antes de que el cadáver del terrorista fuera tirado al fondo del mar para evitar que su tumba se convirtiese en lugar de peregrinación. Visto esto, no extraña nada que la retirada militar que concluye ahora haya sido un espectáculo deprimente. Con miles de personas desesperadas luchando por conseguir una plaza en un avión que los pudiera sacar del infierno en que acabaron convirtiéndose los accesos al aeropuerto de Kabul al explotar una bomba potentísima que mató a 170 personas e hirió gravemente a varios cientos.

Todos los intentos de hacer prosperar el neocolonialismo occidental so pretexto de implantar un modelo supuestamente democrático han concluido en estropicios varios. Recordemos la salida de los británicos de la India en 1947 y la de los norteamericanos de Vietnam en abril de 1975. No lo digo para envanecerme, pero todo eso ya lo sabíamos los que leímos novelas y vimos películas sobre la colonización británica de territorios en los que predominaba la religión islámica. De Rudyard Kipling, pongamos por caso, “Kim de la India”, “Capitanes intrépidos” o “El hombre que quiso ser rey”; y de A. E. W. Mason, “Las cuatro plumas”. Aprendimos que los insurgentes espiaban a los británicos introduciéndose entre el personal doméstico. Como el sirviente encargado de dar aire al despacho en el que se reunían los militares. Mientras ellos creían estar libres de indiscreciones, el mucamo pasaba información a la guerrilla. Y todo eso sin dejar de dar aire con un gesto resignado. También supimos que la soldadesca indígena que habíamos adiestrado acabaría por traicionarnos. O tendernos trampas para acabar disparando contra nosotros. ¡Ah!, me olvidaba, la hija del coronel inglés siempre era muy guapa.

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