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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Huérfanos del Tío Sam

La renuncia de Washington a ser el gendarme del mundo deja a Occidente indefenso ante sus enemigos

Dos soldados norteamericanos en Afganistán, antes del repliegue total del martes. | DPA

Estamos desconcertados. Nos sentimos desprotegidos. Los que más, claro, los afganos, que han de afrontar su destino sin ayuda o buscarse un nuevo padrino. Pero también el resto. En la desgracia de los afganos vemos nuestro propio destino si nos ocurriera lo mismo. El mundo que creíamos seguro se desmorona. Los seres humanos necesitamos certezas para seguir avanzando, una realidad sólida a la que agarrarnos, un suelo firme que pisar. Antes sabíamos que había una policía mundial que velaba por nosotros, un hermano mayor, un padre, un Tío Sam que saldría a nuestro rescate si alguien osaba agredirnos, a nosotros o a nuestra forma de vida. En fin, como los norteamericanos venían haciendo desde hace un siglo.

Como hicieron en Europa y en Asia frente a los nazis y sus cómplices nipones. En Corea y en Vietnam contra la amenaza comunista. Bien es verdad que no siempre de una forma heroica y altruista. A veces, limpiaban su patio trasero –así lo llamaban- con métodos tan discutibles como los utilizados en el Chile de Pinochet, la Argentina de Videla o incluso la España de Franco.

El mundo era una cuestión de imperios. Y el imperio por antonomasia en el siglo XX fue el americano. Las llamadas superpotencias mantenían una guerra fría amedrentando al enemigo, en un inestable equilibrio de fuerzas, pero equilibrio al fin y al cabo, basado en la política de disuasión. Todo eso en el mundo actual se ha desmoronado.

Visto lo visto en Afganistán, comprobamos que ya no podemos esperar a que los americanos vengan al rescate. Quisimos creer que era cosa del loco de Trump –“América, first”–, pero ahora resulta que el buenazo de Biden –cada vez recuerda más a Jimmy Carter– no sirve para gendarme y también se apunta al aislacionismo, al ahí os quedáis. Es más, ha llegado a decir poco menos que los afganos eran unos vagos y unos torpes que, en veinte años, habían sido incapaces de asimilar las lecciones de democracia y de cómo defenderse por sí mismos.

Es tal el sentimiento de desamparo e indefensión que nos deja la vuelta a casa de los yanquis, que hasta la desmadejada Europa, como pollo sin cabeza, se plantea recuperar la idea de conformar un ejército propio. Pero el plan suscita más dudas que certezas. ¿Para qué un ejército? ¿Para ir a Afganistán a rescatar a los “afganos europeos”? ¿Para realizar acciones humanitarias pero no bélicas? ¿Ese ejército, por ejemplo, nos protegería a los españoles en caso de agresión por parte de Marruecos? ¿Realmente merece la pena un ejército europeo sin británicos ni norteamericanos? ¿Disolvemos entonces la OTAN, que ya parece tan caduca como el Pacto de Varsovia tras el desmoronamiento de la URSS?

En el fondo, la sensación que nos ofrece lo ocurrido en Afganistán es que el bloque ganador de la Guerra Fría, el occidental, se ha desmoronado. Al igual que el comunista, estaba pensado para una situación de un mundo bipolar que nada tiene que ver con el mundo actual. Pero resulta ineficaz para este momento en que nuevos actores se aprestan a llenar el enorme vacío dejado. Porque, no nos equivoquemos, la mayoría de los países no están preparados para protegerse de sus talibanes, ya sean internos o externos.

La debilidad militar ha quedado de manifiesto en Kabul. Hemos visto al ejército más poderoso del mundo salir por pies sin más oposición que una banda de desarrapados, entrenados en las montañas y pertrechados con armas robadas o abandonadas por las fuerzas ocupantes. Hemos visto al presidente norteamericano plegarse a los ultimátum de los integristas. Hemos visto a los marines volver a casa en ataúdes. Esas imágenes serán difíciles de borrar de nuestra retina. Recuerdan a las del bárbaro Alarico entrando en Roma. Esperemos que no se conviertan en símbolo de la caída del imperio occidental, de la cultura occidental, del mundo tal y como lo hemos conocido.

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