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Asturianía y autonomía política

La histórica cuestión acerca de si los asturianos hemos aprendido en qué consiste la Autonomía y para qué puede servir

La ley que instituye el Día de Asturias es muy escueta, quizá demasiado. Tiene dos artículos. El primero le confiere carácter de fiesta regional y el segundo advierte de una celebración institucional, que se celebrará en la localidad que el gobierno del Principado decida. Aunque bien pensado, la ausencia de mayores precisiones podría ser su principal virtud, pone a disposición de los asturianos unas horas para que cada uno haga lo que se le antoje y pueda, por supuesto dentro de la ley. No obstante, será acertado suponer que la fecha ha sido señalada en el calendario con el propósito de que ese día de algún modo se exteriorice y comparta la asturianía, definida en el artículo octavo del Estatuto de Autonomía, con la misma prudencia, como el derecho a participar en la vida social y cultural de Asturias.

Así pues, en principio nada invita de forma expresa a exaltar o cuestionar, según sea la actitud o la apetencia que nos domine, el desarrollo de nuestro autogobierno. Ocurre, sin embargo, que la Comunidad Autónoma constituida hace exactamente cuatro décadas cumple años en un número redondo, de esos que se conmemoran. Y el Consejo de Gobierno ha concedido la máxima distinción que se otorga en Asturias a los miembros de la comisión que redactó el primer borrador del texto que la fundó, nuestro Estatuto de Autonomía. Por tanto, este año el Día de Asturias brinda una ocasión propicia para hacer un balance y plantear nuevos objetivos desde diferentes perspectivas.

Asturias es una región con identidad propia, resultado de una historia densa y compleja, y como tal es reconocida por los españoles en general. Por primera vez, goza de verdadera autonomía política. Esto implica la existencia de un ámbito, respetado por el Estado, en el que los asturianos asumimos una responsabilidad plena sobre los asuntos de los que decidimos hacernos cargo, con las limitaciones establecidas en la Constitución. Desde ese momento, áreas muy extensas de la gestión pública ya no dependen del Estado, sino de la Comunidad Autónoma. Muchos problemas son solo nuestros y para resolverlos contamos únicamente con la nuestra capacidad y un caudal ingente de recursos de todo tipo. De manera que, en resumen, la autonomía política no es más que una posibilidad, cuyo aprovechamiento queda en nuestras manos. Podemos utilizarla para administrar con mayor o menor diligencia unos presupuestos y cabe también aplicar un esfuerzo colectivo para lograr ambiciosas metas, que redunden en bienestar y calidad de vida para todos los asturianos.

La cuestión que ha planeado desde sus inicios sobre nuestra Comunidad Autónoma, como el zumbido de una abeja, que a veces se hace especialmente audible, es si los asturianos hemos comprendido correctamente en qué consiste la Autonomía y para qué puede servir. Los escasos datos y testimonios publicados llevan a la conclusión de que nuestra conciencia autonómica ha sido siempre débil. Es posible que en parte se deba a un malentendido del que los asturianos, como muchos otros españoles, hemos sido víctima. Pedro de Silva puso gran empeño en deshacerlo. Ya en una fase temprana de su trayectoria política empezó a sugerir una fundamentación para el estado autonómico ajena a los postulados de los nacionalismos periféricos, que fue pasada por alto, incluso en Asturias. El ejercicio de la autonomía política no requiere el respaldo de un regionalismo acentuado, y mucho menos de un movimiento nacionalista arrollador y egoísta. De Silva entendía el estado autonómico como la fórmula más adecuada de organizar territorialmente el poder en una sociedad tan heterogénea como la española, no como la solución a viejos contenciosos históricos. No es una cuestión de hinchar la identidad y sacar pecho con la historia. Sostuvo que la razón de ser y el éxito de las Autonomías estriban en gestionar mejor que el estado centralizado y en beneficiarse de la escala local para acercar el poder político a los ciudadanos. Las Comunidades Autónomas, escribió, alcanzarán su madurez cuando se valgan por sí mismas y dejen de quejarse y pedir todo el tiempo.

La limpieza que Pedro de Silva hizo de las adherencias emocionales más perturbadoras que han acompañado como una sombra al estado autonómico en España debiera habernos ayudado a los asturianos a sacar más provecho de la Autonomía. Para ello no necesitamos añadir ningún sesgo nacionalista a nuestra asturianía. Es suficiente con que veamos en ella un punto de encuentro e intentemos que fructifique en la política de la Comunidad Autónoma. En otro aniversario del Estatuto de Autonomía, lamentándose con cierto pesar de la falta de voluntad política que observaba, dijo: ”Desde hace mucho Asturias se mira a sí misma con perplejidad, sin saber muy bien qué es y qué quiere ser”. Han pasado veinte años y esa frase aún nos desafía.

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