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Eduardo Lagar

Contra la Asturias del paraíso natural

Las redes sociales han consolidado como único relato posible de la región el de un territorio salvaje, inexplorado y de una belleza tal que solo sirve para venir de vacaciones

Los nuevos usos digitales están causando la llamada “dismorfia del selfie”. Resulta que los adictos al autorretrato sufren ya de inseguridad aguda o tiran directamente de cirujano plástico para tratar de cerrar la brecha insalvable entre la turgencia de un “filtro de belleza” y la carne real colgandera.

Asturias y los asturianos padecemos dismorfia digital. Si aceptamos que somos el relato que hacemos de lo que somos, pocos negarán que Asturias se ha convertido en el Paraíso Natural que el publicista catalán Arcadi Moradell diseñó en 1985 al dibujar aquel paisaje de playa y montaña detrás del ventanal de tres arcos de Santa María del Naranco.

1. Logotomizados

Hizo Moradell un logo y nos “logotomizó”. Aquella campaña turística definitiva extirpó una buena parte de la realidad: quién iba a decirnos en los años ochenta que el turismo –con lo que llueve por aquí– iba a convertirse no sólo en una actividad que supone el 12% del PIB regional sino que también se alzaría como el único relato que Asturias puede contar al resto de España. Y el único que se cuenta a sí misma.

La digitalización ha radicalizado la “paraisación”. La imagen idílica y salvaje de Asturias se acrecienta cada segundo gracias al suministro masivo de fotografías retocadas de nuestro paisaje en las redes sociales. En el balcón digital, miles de personas ponen la flor de una Asturias sin celulitis, irresistiblemente tersa y natural. De siempre se dio por aquí el pasmo ante la incontestable belleza de esta tierra y, de hecho, ese amor por las delicias del país natal quizá sea una de las características más genuinas del “ser astur”, si hubiera algo así. En los años setenta, en pegatinas y postales, corría un eslogan, hoy viejuno souvenir, que decía: “Asturias, qué guapina yes”. Los móviles han hipertrofiado ese sentimiento y lo han convertido en lo único que sabemos decir cuando pensamos en Asturias. Qué guapina yes.

2. Indios y chozas

Hay imágenes que, por caricaturescas, revelan las deriva del filtrado masivo de Asturias. Este lunes, una usuaria de Instagram de cuyo nombre no queremos acordarnos subía una fotografía en “El jardín de Camarada”, un espacio mágico creado en Tapia por José Manuel Alonso, “Camarada”. En la foto, ella está sentada ante una choza de forma cónica construida con juncos. A su lado hay un maniquí con una indumentaria mitad picapiedra mitad indio apache. En los hashtags que etiquetan la imagen se lee: “#así_es_Asturias, “#estaes_Asturias”. Esta es Asturias, así es Asturias: una arcadia amazónica de chabolos, indígenas, hórreos y frixuelos.

La única gramática para contar Asturias es ahora la instagramática de las redes sociales. Ese relato bucólico, pero vacío, de Asturias se ha superpuesto a cualquiera otro que la región tuvo. A saber: el solar del hombre-asturcón indomable por el Imperio Romano, la cuna de España del covadonguismo, la Asturias jovellanista y protoconstitucional, la Asturias roja y dinamitera del obrerismo minero, la Asturias de las leyendas urbanas y del “no future” cuenquil de la reconversión de los años 80 y 90…

Todas esas Asturias han desaparecido. Ahora, en este virginal rincón de España se sirven cachopos por hectáreas y llueven retratos a lomos del verdor cantábrico. Fartures de boca y güeyu. Poco más hay que decir. Como mucho, los que se retratan, escriben al pie: “Aquí sufriendo, chicos”.

3. Allá arriba en el Norte

Hay indicadores incuestionables de la muerte del último relato que tuvo Asturias –aquella épica somatización del declive minero que vimos en el magnífico documental “Remine”, de Marcos Merino– y su reemplazo por este insustancial Paraíso Natural. Víctor Manuel, autor de los himnos que fijaron en el imaginario la fiereza moral del carbón y el acero, escribe en su última canción dedicada a Asturias (2018): “Allá arriba al norte, entre el monte y el mar/Encontré un paraíso natural/ Allá arriba al norte, qué te puedo contar/ No te pierdas la felicidad./ Comen y cantan los de este lugar/ Como si el mundo se fuera a acabar/ No cuentes nada de lo que verás/ Por si acaso se fuera a llenar”. Es la foto cantada de la choza y el apache. El abuelo fue escanciador, allá en la sidrería.

Eso es lo que ven los que vienen: un Museo del Prau lleno de cuadros donde se repite la misma mancha verde en distintas tonalidades: arte decorativo. ¿Es malo que el relato de Asturias se despliegue ahora como un continuo scroll de escenarios de fábula que, ni aun así, hemos logrado colar en “Juego de Tronos”? Obviamente, para seguir alimentando el turismo es un incentivo maravilloso. Pero, ¿qué hay de toda esa gente (un millón de asturianos) que nunca sale en el perfecto atardecer en Cabo Vidío o en el lago de Enol que se repite en Instagram? ¿O no se han fijado? En ese relato paradisíaco nunca salimos nosotros. Diríase que en esta tierra salvaje e inexplorada, aquí arriba en el Norte, no vive nadie. ¿A qué se dedican los asturianos? ¿Hay alguno que sea abogado, ingeniero, artista, médico, científico?

4. País de panchitos

Somos tan invisibles como lo era Pancho, aquel personaje de la serie “Verano azul”, donde se contaban las andanzas de una pandilla de madrileños veraneantes en Nerja. Pancho era el único residenciado en Nerja. Era el prescindible del grupo. Lo único que interesaba en “Verano Azul” ocurría cuando los madrileños entraban en plano. Pasadas las vacaciones, en septiembre, la cámara de Mercero hacía la operación retorno y si te he visto, no me acuerdo. ¿Y qué historia contamos nosotros cuando se termina el enésimo episodio de “Verano verde”? ¿Alguien por ahí fuera nos conoce por algo más que no sea por el machacado repertorio turístico de vaques, fabes, cachopos, sidra, acantilados, prados, blablablá?

5. El paraíso perdido

El Paraíso Natural es también el paraíso perdido, el lugar donde fuiste feliz al que tratas siempre de volver cuando estás en noviembre, en el fango de la oficina de una gran ciudad gris. En el crudo invierno, el fruto genuino del Paraíso Natural es la nostalgia. La que sienten no solo los turistas, también los miles de asturianos talentosos formados en la Universidad de Oviedo y que ocupan altos puestos de responsabilidad por todo el mundo: ya no miran Asturias como lugar de oportunidades económicas. Es la casina donde quedaron les fabines de mama, el lugar de donde vienen los tupper. Volveremos al paraíso perdido de vacaciones. Y, si Dios quiere, en la jubilación.

6. Una idea de Asturias

El presidente del Principado, Adrián Barbón, tan aficionado a la liturgia y los símbolos, trató este año de levantar un nuevo relato regional con aires de “Braveheart”. Exhumó de la historia la jornada en que Asturias se levantó contra Napoleón y trató de alentar algo así como el Día del Orgullo Astur. No prendió. Nada puede con la contundente felicidad que transmite el Paraíso Natural. Todo eso de Napoleón no cabe en un meme. “¿Aquí sufriendo con los gabachos?” Meh.

Pero que Barbón haya fallado no quiere decir que no sea necesario reconstruir y actualizar nuestro relato para superar a la deprimente banalidad del selfie turístico, para no acabar creyendo, por culpa de la dismorfia digital, que somos el indio del jardín de Camarada. Cuando “lo autonómico” pitaba, cuando había tipos listos que tenían a esta región como marco de su pensamiento y su acción, los periodistas valorábamos a aquel político que tenía “una idea de Asturias”. ¿Hay algún dirigente actual que se haya planteado y afanado en desarrollar su propia “idea de Asturias”, una visión que nos explique y nos muestre el camino hacia el futuro?

Somos un hermosísimo Paraíso Natural, sí. ¿Pero seguro que no somos más que eso?

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