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Juan Fueyo

María Neira, dama asturiana “par excellence”

Retrato de una médica con vocación de servicio hacia los más desfavorecidos y que nunca se olvida de sus orígenes asturianos

Como a las mujeres y los hombres que nos han precedido, decía un sarcástico Borges, nos ha tocado vivir malos tiempos. Con una salvedad: quizá seamos una de las últimas generaciones que pisen el planeta. Los factores del Antropoceno, el periodo geológico en el que vivimos, incluyen el aumento de la separación entre los pobres y los ricos, los desplazamientos masivos de refugiados, las guerras, el hambre y las pandemias. El motor de las tragedias se llama cambio climático. Un cambio climático acelerado desde la época industrial por el consumo de los combustibles fósiles. Pocos problemas tienen mayor significado. Nada tiene mayor impacto que la investigación y la lucha contra una situación que podría abocar en la masiva sexta extinción, que ya ha comenzado y que incluirá a la humanidad. Y es ahí, en ese frente, donde madruga cada día la doctora María Neira, asturiana de braveza.

Guajina carbayona, licenciada en Medicina por la Universidad de Oviedo, esta viajera incansable escapó pronto de la vida de clausura del científico cajaliano para viajar sin fronteras con el pragmatismo romántico de Darwin y los científicos victorianos ingleses deseando conocer los problemas reales que aquejaban al mundo. Y ahora, en otra de las muchas cúspides de su carrera, se caen de sus labios las Kinshasas y las Nuevas Delis donde pulmones y cerebros se enferman por un aire cada día más contaminado, menos respirable. Y a María se le nota que le duelen los millones de víctimas del Antropoceno como le duele al médico de madreñas y fonendo un niño con meningitis en una aldea de Somiedo. La doctora Neira, al fin y al cabo, vela por la salud de la humanidad. Una empresa ardua, quizá imposible, pero liberadora porque en la voz de Campoamor la libertad no consiste en hacer lo que se quiere, sino en hacer lo que se debe.

Quienes se acerquen a la extensa y excelsa biografía de María Neira verán que podríamos resumir sus ambiciones vitales, como hizo Bertrand Russell con las suyas, en tres vertientes: la búsqueda del amor y la amistad, la ambición de entender qué es lo que ocurre a su alrededor y la vocación de aliviar en lo posible la miseria que sufren sus semejantes. Y en ello sigue nuestra heroína.

Asturias es un paraíso y un país de emigrantes. Muchos, al hablar del edén asturiano se refieren a la mezcla de misterio y paz que inspiran montañas envueltas en niebla al amanecer y la poesía verdiazul de las playas recónditas, cuya belleza corta, como la vida en el verso de Ángel González, el aliento. Pero quienes conocemos la tierrina más de cerca sabemos que el paraíso son sus gentes.

Personas que, como María que permanecen atentas y fieles a Asturias, a pesar de ver su tiempo consumido por eventos internacionales, conferencias en Londres, Ginebra o Nueva York y entrevistas en los más prestigiosos medios de comunicación extranjeros, y que por su cargo vive acompañada de los políticos más influyentes y frecuenta las celebridades del momento. María ha hecho el esfuerzo de estar presente en la sociedad asturiana, de frecuentar la prensa local, de mostrarse abierta a las preguntas y demandas de los paisaninos y paisaninas junto a los que creció. No es fácil comportarse así: con la distancia y el tiempo –que todo lo borra– llega el olvido, y en la polifonía internacional se difuminan y empequeñecen los murmullos locales. Pero María ha cambiado con frecuencia de cielos, pero nunca de alma.

El trabajo y la fama internacional de María, ganados a pulmón, la convierten en embajadora de nuestra tierruca allá donde la lleven sus batallas. Solo cabe desear que tenga éxito en su misión y que consiga que el tren descarrilado del calentamiento global que precipita a la humanidad hacia un futuro inexistente se detenga a pocos metros del abismo.

María es la dama asturiana “par excellence”. Merecidamente, María ha recibido numerosos premios internacionales y nacionales de máximo nivel. Pero podemos estar seguros de que el que ha recibido ahora ocupará un lugar privilegiado en la elegancia sublime y serena de su corazón asturiano.

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