¿Hacia dónde va Asturias? ¿Qué es y qué pretende ser? No pasa celebración de la gran fiesta regional sin que los asturianos se formulen esta pregunta en la apertura oficiosa del curso político que llega siempre tras cada 8 de septiembre. De un tiempo a esta parte, lo hacen casi más de forma retórica, con una mezcla de escepticismo y resignación, que con ánimo reflexivo para liberar las ataduras de sus lastres y huir de la quema. Las cosas tienen que cambiar porque el futuro corre de cuenta de lo que se propongan los ciudadanos de esta región y quienes les representan. Los tiempos no están para maquillar con ocurrencias accesorias y medidas oportunistas la realidad. No existe objetivo comparable a la gestión de la recuperación, el auténtico reto por delante en el que nos lo jugamos todo.

La casualidad hizo coincidir el jueves en Asturias la apertura del curso en Infantil y Primaria, en la enseñanza superior y en una FP que estrena plan estrella para convertirla por fin en algo práctico y con pasarela universitaria que le devuelva prestigio. Más allá de la foto, los gobernantes asturianos deberían convertirlo en el símbolo que oriente sus próximas iniciativas. Sin un sistema educativo actualizado y de mérito, preparado para carreras laborales discontinuas, para la aceleración tecnológica y para una estructura ocupacional diferente, no nacerá una nueva Asturias próspera tras el carbón. Únicamente la educación activa el deteriorado ascensor social y garantiza la revalorización del capital humano, capacitando a las personas para aprovechar las mejores oportunidades que hallen en su camino. En particular, a esas generaciones jóvenes tan maltratadas crisis tras crisis.

Por razones coyunturales, muchas de estrategia política, llueven cargos gubernamentales sobre el Principado. Este verano ha dado para contabilizar dos visitas del presidente del Gobierno central y ocho de ministras. Anuncian algunas otras en próximos días, aunque la que pinta más, la de Transición Ecológica, se resiste al viaje de momento. Está bien que los integrantes del Ejecutivo conozcan en primera persona una realidad compleja como la asturiana, sobre todo si agudiza su sensibilidad a la hora de decidir con equidad en los dilemas. Sería de un papanatismo absurdo, sin embargo, que los asturianos fiaran solo a esa reiterada presencia la resolución de sus cuitas sin poner de su parte.

Asturias necesita una estrategia propia a largo plazo que afronte las principales carencias que afectan a la comunidad y los retos que debe encarar para reimpulsar la actividad de forma sostenida y sostenible. Solo así podrá desarrollar todo su potencial de crecimiento, lleno de posibilidades complementarias a la agroalimentación, el turismo y la industria.

El pesimismo sobre el entorno sanitario empieza a disiparse, pero la crisis del covid ha supuesto un esfuerzo de mucho calado que ha debilitado el erario. Pasará el tormento y surgirán, inevitablemente –nada sale gratis–, ajustes con los que reequilibrar ingresos y gastos para devolver el déficit y la deuda a márgenes razonables. Cuando lleguen, que los motores estén engrasados y a punto para el despegue. Las pensiones y las redes de protección quedarán comprometidas sin multiplicar el número de trabajadores contribuyendo con sus rentas al PIB.

El Principado celebrará pronto cuarenta años de autonomía. Una experiencia considerable de autogobierno. Esto entraña libertad absoluta de maniobra para hacerse responsable de su propia orientación y de pasos trascendentales que viren el rumbo en una serie no precisamente pequeña de ámbitos. Nadie decidirá por los asturianos, nunca lo olvidemos, aunque las élites llevan décadas comportándose como si el destino de esta tierra fuera ajeno a sus manos o los remedios habitaran en parajes lejanos.

Ofrecer ocasiones de progresar a los ciudadanos y continuar gozando de amplios niveles de bienestar pasa ineludiblemente por crear riqueza, aumentando la competitividad y la productividad y rompiendo el círculo vicioso de salarios menguantes, arcas exhaustas e inviabilidad de recursos asistenciales de calidad. Los expertos pronostican meses de tensión. Por los retoques en el Estatuto rumbo a la controvertida oficialidad. Por la financiación, que más temprano que tarde habrá que abordar y que inevitablemente provocará un choque de trenes autonómicos. Y por un rediseño incierto del modelo territorial. Vamos de la España asimétrica a la federal pasando por la multinivel, sin que tengamos claro todavía qué significa ni cómo se materializaría.

Casi ganada la guerra al virus, vencer en la batalla de la economía exige reformas políticas útiles de verdad. En la Administración, en la fiscalidad, en la economía, en las estructuras de los partidos, en las instituciones. Por justicia, por eficiencia, ya no queda margen para esconder la cabeza y eludirlas, aunque resulten espinosas. Lo hemos escrito muchas veces en este espacio editorial. La inacción tendría un coste inasumible, mayor que la acción: hipotecar la esperanza de Asturias.