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Carmen Martínez Fortún

Piropos y piropos

La ministra de Igualdad, encantada con las poéticas hipérboles que le dedican

Hermosa entre las mujeres llamaba el amado a la amada en el “Cantar de los Cantares”. Safo describía a la suya como delicada muchacha en flor y Odiseo ensalzaba las lindas trenzas de Circe. Siglos más tarde, Dante se enamoraba de Beatriz para siempre, tan gentil y tan honesta; Juan Ruiz sucumbía al talle, el donaire y el alto cuello de garza de Doña Endrina y Petrarca aseguraba que no se vieron jamás tan bellos ojos como los de Laura. Sujeto a la belleza de su señora permanecía el austero Manrique mientras el marqués de Santillana aseguraba que su serrana era más clara que salen en mayo el alba y su lucero. Ante Melibea declaraba Calisto que el cielo mostraba en ella su grandeza y Garcilaso se rendía ante el amor de su vida pues por ella nació, por ella tenía la vida, por ella había de morir y por ella moría. Romeo veía el Oriente aparecer en el balcón al salir Julieta, a la que envidiaba la luna ya enferma y pálida de dolor. El sin par Lope escribía que, cuando el sol de Amarilis nacía, todas las hermosuras de la tierra remitían su luz y el a veces muy amargado Quevedo le asegura a Lisi que los tormentos que padecía por ella los consideraba la gloria.

Ya en pleno ardor romántico, Espronceda enviaba las quejas de su amor profundo a su hermosa sin ventura y Bécquer acuñaba su inolvidable poesía eres tú en uno de los piropos más emblemáticos de la historia. Y aunque en el siglo XX, Antonio Machado reconocía que a las palabras de amor les sienta bien su poquito de exageración, desde que existe la palabra, el ser humano la ha necesitado para expresar su admiración.

La muy loable ministra de Igualdad se manifestaba no hace mucho en contra del piropo, y ya no sé si es rumor, exageración o cierto que ella y sus acólitos anunciaban una ley para penalizarlos. El otro día acudió a un programa de radio, donde Quique Peinado la piropeó con un inapelable “tienes un coño como esta mesa de grande”. Ella se mostró encantada con la tan poética hipérbole. Ni humillante ni humillada. Y es que hay piropos y piropos. Luego está la coherencia.

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