El Huerna es mucho más que una simple autopista. Su inauguración supuso para Asturias abrirse por fin al mundo venciendo a esos “picos agrupados como las flechas de una catedral gótica”, tal cual los retrataron los viajeros románticos, y romper décadas de un único camino “transitable a diligencias” y no durante todas las épocas: el del puerto de Pajares. La obra definitiva que superó el aislamiento no les ha salido, en cualquier caso, gratis a unos ciudadanos que llevan 38 años pagando religiosamente uno de los peajes más caros de España y aún tendrán que hacerlo durante 29 años más hasta que la carretera pase a integrar la red del Estado. En el actual contexto generalizado de vencimiento de las concesiones privadas y de rescate de vías de alta capacidad quebradas no es ni sostenible, ni justo. 

El Gobierno central y el autonómico tienen ambos una asignatura pendiente con la autopista del Huerna. Para hacer valer sus reivindicaciones, el Principado nunca ha sabido trasladar la relevancia de una carretera a través de las montañas que permitió a los asturianos acabar con el mito histórico de su incomunicación y superar traumas y desventajas acumulados durante siglos. Solo otro alarde descomunal como la variante ferroviaria, por la que mañana circularán los primeros trenes en pruebas, la ganará en simbolismo. Desde la mesa del Consejo de Ministros tampoco los sucesivos gabinetes de la democracia han comprendido en su plena dimensión la importancia de este enlace capital para que un millón de asturianos puedan desplazarse y competir en igualdad con el resto de españoles. ¿Un millón parecen pocos?

Existe unanimidad en que la cuantía y duración del peaje en la autopista asturiana supone a estas alturas un trato discriminatorio hacia esta tierra. Ni siquiera lo discute quien pondrá el dinero para corregirlo, el Ministerio de Transportes. Resulta por tanto incoherente e inaudito que una reparación venga sistemáticamente postergándose, sin dibujar una propuesta satisfactoria para beneficiar a un amplio número de conductores. Los asturianos han amortizado con creces la infraestructura. Hace tres años, la suma de los desembolsos por el paso superaba en 100 millones de euros el coste de su construcción, sin contar amortización de pérdidas y beneficios.

Si Asturias logró anticiparse a todas las comunidades del Norte, excepto al País Vasco, para conseguir una salida expedita y moderna hacia la Meseta fue porque cargó sobre los bolsillos de los ciudadanos el esfuerzo de acudir a la inversión privada para ejecutarla. Eso permitió disfrutar aquí de una autopista completa, con los túneles desdoblados, cinco años antes que en Galicia y once años antes que en Cantabria. Gallegos y cántabros esperaron, ahora la conexión les sale gratis. A los asturianos les toca apoquinar por el tránsito todavía hasta 2050.

Los gobernantes torearon dos veces al Principado. El próximo mes debería quedar abierto el Huerna si el PP de Aznar y Cascos no hubiese expandido al máximo el peaje, hasta 75 años. Fundamentaron la decisión en que solo así el siguiente tramo del itinerario, a Benavente, sería de uso libre. En realidad, según consta en documentos ministeriales conocidos posteriormente, lo hicieron para mejorar otras concesiones y sanear las cuentas de la Empresa Nacional de Autopistas con vistas a privatizarla. De la mano del socialista Zapatero llegó luego aquella ocurrencia de trazar una autovía de León a La Magdalena para eludir las cabinas de recaudación con un rodeo. Nunca más se supo. La nueva ministra del ramo y el presidente regional, que mañana se encontrarán cara a cara estrenando las vías ferroviarias bajo el macizo, tienen la oportunidad de enmendar embelecos tan bastardos.

“Asturias ha debido y deberá siempre su fama a las titánicas obras que se han ejecutado para vencer las dificultades colosales del paso de la Cordillera”. Lo escribió hace casi dos siglos el periodista y político alavés Becerro de Bengoa. La región sigue en el mismo sitio. Ni antes ni en la actualidad alguien puede tomar la endiablada orografía como excusa para obligar a asumir la precariedad o el trato diferente. Los cronistas clásicos, abrumados por un mar algodonado de niebla y nubes ante sus ojos, consideraban las cumbres cantábricas el resultado de una línea trazada por el “dedo de Dios”. Lirismos aparte, nadie puede condenar al ostracismo a los asturianos por la desafiante ingeniería que exige una divisoria tan insondable como bella.

El miércoles, en el Congreso, el presidente del Gobierno de España alardeó de la eliminación de cientos de kilómetros de peaje en Cataluña como prueba de que escucha al ciudadano. La catalana, ciertamente, era una de las autonomías con mayores calzadas de pago y los usuarios llevaban décadas lamentando el agravio. En autopistas de Castilla y León, Aragón, Levante y Andalucía han caído barreras. En Galicia disfrutan de rebajas. Va siendo hora de que la voz de los asturianos resuene con el eco de esas otras para acabar de una vez con tanto capotazo a costa del Huerna.