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José Manuel Ponte

Sobre el alma del Estado

La exageración de todo tipo de asuntillos

Cuando un político admite que un asunto requiere un tratamiento que supere los estrechos límites de su ámbito ideológico al objeto de negociar la coincidencia con otros partidos, se suele decir que estamos ante una “cuestión de Estado”. O dicho con otras palabras , ante un asunto de la máxima importancia que requeriria el concurso de las mejores cabezas de la nación. Ahora bien, en la práctica ¿qué hemos de entender por una “cuestión de Estado”? La pregunta no es fácil de contestar. Ocurre que en ocasiones la intención del que nos invita a compartir la solución del asunto de Estado es en realidad un caramelo envenenado. Es como decir: “Yo entiendo perfectamente lo que es el Estado y lo que son sus importantes utilidades, y no como usted que es un zoquete irremediable y una vergüenza para el país” . Esa clase de duelos dialécticos solían darse entre el presidente del Gobierno y el jefe de la Oposición durante los grandes debates parlamentarios. Pero desde hace un tiempo, la expresión alude a cualquier asuntillo que se discuta. Ocurre algo parecido con el término de “mítico” que se usa abusivamente para aludir a un modelo de automóvil, a una película, al vocalista de una banda de rock, a un traficante de armas, a un futbolista, a un bombero y hasta a un funcionario que se jubila .Ya todo es “mítico” o “mítica” mientras “legendario” o “legendaria” se baten en retirada ante la permisividad de la RAE Para los que somos de una edad, el término Estado aludía fundamentalmente a dos acepciones- La primera referida a Su Excelencia el Jefe del Estado que era una especie de “jefe de todo”; y la segunda al llamado examen de Estado que se celebraba al finalizar el séptimo curso del bachillerato. Poco a poco, nos fuimos enterando que vivíamos bajo una dictadura militar que no permitía la disidencia y menos aún si postulaba la plena democracia. El concepto de lo que significaba el Estado se fue ampliando hasta la muerte del dictador que gobernaba como el regente del Reino que él mismo se había inventado. A medida que la salud del sátrapa se debilitaba aumentaba también la preocupación de los que habían apoyado al dictador. Alejandro Fernández Sordo, un asturiano que había sido ministro y alto cargo del Régimen, encargó al prestigioso bufete de Garrigues un informe sobre lo que era el Movimiento, y sobre todo los derechos de los miles de empleados que lo habían servido. En buena medida el Estado y el Movimiento eran la misma cosa. Y su legitimidad se fundamentaba en la victoria sobre la República en la Guerra Civil. Todo muy inconcreto y evanescente. El viejo Garrigues se rascó la cabeza mientras intentaba darle juridicidad a aquel disparate. La minuta era sustanciosa y merecía la pena encontrar una fórmula para dejar contentos a los clientes. Al final se decidió por una definición rotunda que no significaba nada pero que sonaba muy bien: “ El Movimiento es el alma del Estado”

Alguien que pudo leer el informe del veterano jurista, comentó: “Además de alma ahí puede haber nómina”.

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