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José María Ruilópez

El futuro es muy oscuro

Reflexiones sobre la vida

No lo digo yo. Lo tomo como título prestado de aquella canción de Antonio Molina “Soy minero” con música de Daniel Montorio y letra de Ramón Perelló. Lo afirma un tal Toby Ord en un diario madrileño. No se inquieten, la mayoría de ustedes seguro que tampoco lo conocen. Es un filósofo australiano “investigador del Instituto del Futuro de la Humanidad de la Universidad de Oxford, que estudia los riesgos existenciales para nuestra especie”. Con esta titulación y este empleo sospecho que se ha visto obligado a afirmar que “la probabilidad de que no sobrevivamos en el próximo siglo es de uno entre seis”. Cuando usa el “sobrevivamos” no sé si se refiere a su familia y amigos, a su colectivo vecinal o, en un más amplio espectro, a toda la humanidad, que ya son ganas de abarcar personal, geografías, razas y religiones.

Sabemos que los titulares nunca son la realidad absoluta, sino que llevan un bagaje comercial para llamar la atención del lector. Pero ahí queda dicho. Se nota que la filosofía no hace felices a sus practicantes ni a los doctos estudiosos de sus postulados. Porque así, sin darse cuenta, o tal vez sí, Toby borró de un plumazo, quizás debiera decir de un titular, a sus descendientes más próximos, que 80 años no son nada para el fin de la humanidad. Tres generaciones y los nietos o bisnietos caput. Claro que para afirmar esto habla de pandemias, estamos en ello, quiero decir, vacunando. De que hace 65 millones de años desaparecieron los dinosaurios. Que citó a Carl Sagan, gran comunicador de la tele de los años ochenta sobre temas científicos, que entusiasmaba al auditorio con grandes frases y explicaciones universales de calado. Toby Ord tal vez citó a este astrofísico estadounidense por la triste razón de que falleció de neumonía con sólo 62 años. Como si al resto de la humanidad nos esperara ese golpe dentro de unas cuantas décadas.

Menos mal que páginas adelante, Andrés Aguilera López, premio Nacional de Genética, afirma que “aumenta la longevidad con estilo de vida y medicina”. Creo que ambos científicos debieran ponerse de acuerdo. Buscar un término medio. Más bien un final largo, prolongado. Porque uno, que de esto sólo sabe que hace poco más de cincuenta años se empezaron a realizar trasplantes de corazón en España, se ve que la cosa va por el camino de lo duradero. Porque los avances en este campo y en el resto de las áreas médicas son espectaculares. Yo afirmo, así, por mi cuenta, que la esperanza de vida está basada en tres soportes: la genética, la suerte y los errores. Cada apartado lleva una explicación que el lector sabe desglosar por lo sencillo del ejemplo. A partir de ahí, todos esos científicos tienen que justificar sus horas de estudio y laboratorio para ofrecer frases que definan y convenzan sus conclusiones.

Claro que los humanos somos volubles, temerosos, débiles y nos rodeamos de fármacos y sistemas de salud para que no peligre en exceso la vida, pues de ahí que haya frases institucionales como “larga vida al rey”. Sí, ya lo sé, a los demás que los parta un rayo. Eran otros tiempos. O “sálvese el que pueda”, en momentos de catástrofes donde la solidaridad… oiga, que yo también quiero vivir, o, que no soy aquella monja de Calcuta, o cosas por el estilo. Como decía el chiste, héroe es el que no le dio tiempo a salir corriendo. Ahora internet está lleno de filósofos con frases lapidarias, más bien deberíamos decir banales o graciosillas. Pero con esto de las fobias hay que andar con mucho cuidado. Porque el sistema solicita, casi exige, ciudadanos ejemplares, salva vidas andantes, arriesgados vecinos ante un incendio, socorristas que rescatan adolescentes de la perversión ajena. Si no estás dentro de este gremio de los valientes con o sin causa, no eres nadie. No pasas a la pequeña historia de tu aldea universal. Todos no podemos ser científicos de prestigio ni doctores en materias profundas. Por eso la mayoría no pasamos de ser espectadores de proezas matutinas. Una especie de televidentes de la realidad que nos rodea. Testigos abalconados en los que nadie se fija. Formamos parte de la fachada del inmueble. Somos el contrafuerte o quizás debiera decir el contradébil de “los muros de la patria mía” que dice el soneto de Francisco de Quevedo. Una especie de cariátides de carne y hueso que soportamos la indiferencia general sobre nuestras cabezas sin refugio posible. De ese modo la noche se hizo plena. Y la claridad no llega hasta el amanecer. Habrá que esperar.

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