La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Paco Abril

Sol de luna: la lógica ilógica de la infancia

Respuestas de los niños que a los mayores exasperan pero que están llenas de una sensatez aplastante

Para muchísimos adultos, los niños y las niñas son los seres más extraños que existen. Los ven como si fueran extraterrestres pululando entre ellos. Ni los entienden ni hacen esfuerzo alguno por entenderlos.

La madre de Guillermo Brown, el mayor héroe literario de mi infancia, extendía el desconcierto que le producía su hijo de 11 años a toda la comunidad infantil al afirmar: “Los niños son esos seres tan raros”.

Y esos seres “tan raros”, aunque parecen hablar la lengua de sus mayores, la usan mezclándola con una jerga indescifrable proveniente de sabe dios qué planeta. Pero lo que más desconcierta a los adultos que tratan de entrar en contacto con estos alienígenas es su lógica ilógica, su manera, según ellos, irracional de razonar o su disparatada forma de pensar.

Adentrémonos, con la brevedad que requiere el espacio reservado para estas líneas, en unos pocos “despropósitos” de los discernimientos infantiles.

Circula un vídeo por las redes sociales en el que un maestro, o un padre, se dirige a una niña pequeña vocalizando en voz alta y de forma pausada y clara, igual que si estuviera hablando con una extranjera y no tuviera ni idea de su idioma. Le dice: “Él busca, nosotros buscamos, vosotros buscáis… ¿y ellos?”.

La niña mira intrigada a su interlocutor, él le hace un gesto circular con la mano alentándola a dar la respuesta correcta. El adulto insiste con su gesto giratorio y cierta impaciencia. La niña, tras pensarlo unos segundos, responde segura: “¡Se esconden!”. El padre se lleva las manos a la cabeza con gesto desesperado. No se da cuenta de que la niña ha sido muy lógica: si todos están buscando, ¿será porque están, pongamos, jugando al escondite? La respuesta es genial, aunque atente contra la estricta mente adulta. Él le pregunta una cosa, ella entiende otra y responde en consecuencia.

Un niño de 5 años está viendo en la televisión un programa no apropiado para él. El padre le larga una reprimenda: “¡Deja de ver ese programa, no es para ti, no vas a entender nada!”. El niño le explica con lógica desconcertante: “Pero es que yo no quiero entender nada, solo quiero verlo”.

Otro de 5 años, al que su madre impedía explicarse, le espetó: “¿Por qué me rompes siempre las palabras?”. Extraordinaria metáfora. Todos tenemos ejemplos de personas que nos impiden expresarnos con serenidad porque, cuando intentamos decirles algo, nos rompen las palabras.

En otro vídeo en circulación, una maestra, o una madre, le explica muy didáctica a un niño de unos 7 u 8 años: “Un sustantivo es la palabra que da nombre a una persona, animal o cosa”. Añade que el verbo indica la acción que realiza el sustantivo. El niño asiente y la pedagoga pasa a ejemplificarlo: “Del enunciado ‘El gato come croquetas’, ¿cuál es el sustantivo?”. El niño se acaricia la barbilla, es posible que pensando en tan sibarita gato, y, al poco, contesta interrogando: “¿El gato?”.

La profe asiente con un “ok”, creyendo quizá que le sobraba la interrogación, y vuelve a preguntar: “¿Cuál es el verbo?”. El niño mira arriba, a la derecha. Duda. No sabe la respuesta o no entiende la pregunta. Ella insiste. Para ayudarlo, le da la gran pista, la más clara, la que define la acción del verbo: “¿Qué hace el gato?”. Él ya no duda. Está muy claro; parece decir: “Tanto rodeo para esto”. Y contesta rápido y satisfecho: “¡Miau!”. El niño, en su lógica, podría pensar: “¿Qué tendrá que ver el sofisticado minino comedor de croquetas con lo que de verdad hace el gato?”.

En otro vídeo, un “adultológico” se dirige a un niño en el mismo tono profesoral que los anteriores: “La m con la a”. El niño responde casi gritando: “¡Ma!”. El profesor insiste: “La m con la a”. El niño vuelve a responder con el mismo entusiasmo: “¡Ma!”. El adulto se embala en su didactismo: “¿Y si le agrego la tilde?”. ¡Vaya, qué fácil se lo ha puesto! El niño, triunfante, exclama: “¡Matilde!”.

Impresionante lógica.

Recuerdo que, cuando estaba en un grupo de teatro, hacíamos un pasacalles en el que sacábamos un altísimo títere sol. Un día, paseando por un parque, se me acerca una madre con un niño de unos 3 años y me dice: “¿Qué le puedes decir a este niño al que le da pánico vuestro títere sol?”. Me acuclillé a su lado y le pregunté señalando a las alturas: “¿Y no te da miedo ese sol que está en el cielo?”. Él se me quedó mirando a los ojos y, con una vocecilla que casi no le salía del cuerpo, me dijo una de las frases más poéticas que he oído en mi vida: “Ese no me asusta porque es un sol de luna”.

Insuperable lógica extraterrestre.

Compartir el artículo

stats