Tiene la ministra Ribera la insana costumbre de poner a medio mundo en su contra, de llevar la contraria al natural de las cosas, como una Caperucita Roja urbana que se pasea del brazo del lobo por la calle de Alcalá, por donde hace unos circularon en tropel rebaños de merinas en vindicación de las vías pecuarias. La Ministra y sus adláteres de la descarbonización y del calambrazo del lobby energético han emprendido también la cruzada en defensa de las poblaciones lobunas o loberas, en detrimento de la ganadería tradicional, que esta mujer lo que les da a unos lo saca del lomo de otros, de tal manera que su gestión es un ir y venir de vencedores y vencidos, de encendidos y apagones, de aullidos y lamentos.
El lobo ha dejado de ser, por orden ministerial, especie cinegética de facto tanto al norte como al sur del Duero, el cauce Rubicón de la victoria de los ecologistas sobre los ganaderos; y de las comunidades autónomas que solo han visto al cánido en los cuentos de Andersen sobre las que soportan en su territorio la presión social a causa de los daños del depredador a la cabaña ganadera. El plan de control del lobo en Asturias queda suspendido por una injerencia del Estado en competencias propias de la región. El Principado acudirá a los tribunales, como también Castilla y León, Galicia y Cantabria, en defensa de sus intereses. No se espera que lo haga Melilla, donde los lobos que acechan son de otra calaña.
Resulta dudoso que Europa apoye la polémica decisión del Gobierno de España, que hasta los ecologistas quieren llevar a los tribunales porque les parece laxa. La UE y sus exigencias de sostenibilidad ambiental prestan ahora una mayor atención a la ganadería tradicional extensiva, la más apegada a la producción biológica de calidad y al bienestar animal. El modelo ganadero de Asturias y el más atacado por el lobo, curiosamente.
