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Nabos y otras berzas

Recuerdo de Conchita Quirós, siempre mi librera

Por el título del inicio, críticos de la gastronomía y de las artes de los guisos, muy fartones ellos, acaso crean que cambié a su especialidad, que es muy científica, de mucho saber y saberes. Pero no, quedo donde siempre estuve, aún sintiéndolo mucho, pues hoy el prestigio social se adquiere colocándose un gorro blanco de cocinero arriba y un mandil blanco de cocinero más abajo, entre pecho y barriga. Antes, el tan buscado prestigio lo daba, por ejemplo, el ser notario, obispo, o funcionario del negociado de “Vías y Obras” en la Excma. Diputación provincial. Ahora, por el contrario, el prestigio lo da el ser cocinero, sin dejar de salir, de punta en blanco, en los periódicos, aunque sea diciendo bobadas. Comprendo que a un caballero que no sepa cocinar un solomillo Wellington, se le cierren las puertas sociales y caiga en ostracismo. Mi modelo fue otro: la cocinera con bata negra y brazos potentes, que en Casa Bango, en El Fontán, retirada en la cocina que era como un apartado y escondido retrete, hacía maravillas con huevos y merluzas ¡Qué tortillas!

El caso es que por ser notario de la Senda del Oso, entre Proaza y Teverga, al empezar los otoños, en preparación a los fríos invernales, mi querido amigo Mauro, el de Proaza, no paraba de insistir en subir a casa de Rita, en Villamejín, a comer nabos, o ir a casa de Rosita, en Teverga, a comer otras berzas, bien solos o en compañía del buen médico local, catalán de nacimiento, que unos llamaban Profitos y otros Profitós. Las suculencias de nabos y berzas quedaron tan enraizadas en mi alma y cuerpo que, cuando oigo la palabra nabo o berza, pienso, sin remedio, en Proaza y Teverga, y que, cuando veo a nativos de ellas, pienso en los nabos y en las berzas. ¡Qué inolvidable fue para mí aquello, como inolvidable debió ser para el mañoso Ulises, el de Homero, el banquete en la casa de Alcínoo!

De la extravagancia resultante de que el Alcalde de Oviedo, don Alfredo Canteli, haya nacido en Teverga, apareciendo con frecuencia en la prensa como es debido e indebido, el recuerdo de nabos y berzas se hace persistente y continuado Mis “Ángeles Custodios”, con buenas interlocuciones con “lo mas alto”, ya me informaron de que, al enterarse santos varones, que fueron alcaldes de Oviedo, casos de Masip Acevedo y Rico de Eguibar, de que el actual Alcalde era de Teverga, se movieron de sus sitiales contemplativos y estáticos, a la derecha del Padre, debiendo ser tranquilizados por el mismo San Pedro.

Si por el hilo del nabo y de la berza se puede llegar hasta el Alcalde de Oviedo, siempre inseparable de su esposa queridísima, y con frecuente cara de anuncio de injerto capilar, por ese mismo hilo se puede llegar a la Alcaldesa de Gijón. Resulta que ésta, la alcaldesa de Gijón, nació en Oviedo ¡Es carbayona, jolín! Eso es muy chocante, aunque un poco menos que lo del párrafo anterior, teniendo en cuenta que lo más, genuinamente, ovetense, “el carbayón” pastelero, fue un invento dulce de un cazurro de La Maragatería, llamado Camilo y Blas. Y lo de la alcaldesa ovetense en Gijón, como con lo de los toros, tiene dividida a la afición; hay división de opiniones. Mientras unos dicen que, políticamente, la tal dama es un gigantesco e inmenso nabo, otros aseguran, también políticamente, que es un compuesto de muchos nabos y de alguna nabiza, ideales éstas para el caldo gordo. Ante tanta división de opiniones, no me queda más que preguntar a su gran colaborador –así lo haré– que tiene nombre de emperador romano, Aurelio, y del que dicen que, después de leer las obras completas de Carlos Marx en alemán, quedó un poco “pa allá” y tan persistente en carguitos con sueldo.

Lo de la guerra “nabal” me llamó mucho la atención, teniendo en cuenta mis pericias en lo “naval”. La cosa me preocupó tanto que a punto estuve de organizar en Proaza una convención con mis compañeros jurídicos de la Armada, que debidamente advertidos por mí, manifestaron mucho interés en aclarar la confusión posible entre lo nabal o de nabos, y lo naval o de navíos. Pudiera ser, no me consta, que el CNI, hubiera tomado cartas en el asunto, aunque que seguro que si los acharolados de la Guardia Civil, de cuyo gorro de charol negro escribió Gómez de la Serna que fue el mejor intento en plástico de resolver el enigma de la cuadratura del círculo.

Canteli, tan recordado por las berzas teverganas, y de ojos azules como de vikingo, pasó desde Teverga por el Gijón bancario y de lo Banesto del Conde, don Mario, y subió al Naranco como lo hacen los ovetenses de toda la vida, y bajó luego, ahora, a pasearse, como buen vetustense por La Encimada o barrio de Clarín, como Fríjilis, el amigo de la Ozores. Canteli siempre fue mucho de la Virgen de Covadonga, arriba en el Centro, Virgen que era la de los curas y los obispos, mientras que los del clero regular tenían otra Virgen, la del Carmen, como favorita. Los Carmelitas de Santa Susana siguieron como si nada, con sus escapularios y estampitas de la Virgen del Carmen, con lo de la “Juventud del Carmelo” en el local, para jugar al billar, situado en un sótano de Santa Cruz, y con las novenas y procesiones presididas por frailes carmelitas, con capas blancas, por Santa Susana. Y una vez, con ocasión de rezos al brazo incorrupto de Santa Teresa, trajeron a un benedictino, amigo de Franco, llamado Fray Justo Pérez de Urbel.

Entre lo de la Virgen de Covadonga y la del Carmen, pareció sensato la pretensión del jesuita Vilariño de colocar un Corazón de Jesús en lo alto del Naranco, e inaugurado después de acontecer muchas peripecias. Y en lo alto de la Sierra del Aramo, para asombro, colocaron los muy católicos de Información y Turismo de entonces, un repetidor que resultó ser de televisión que no una cruz. Eso sí que fue un milagro.

Este kirikikí de galli-pavo anuncia que, entre quincenas, callará, permaneciendo durante ese tiempo aquí, en silencio, siempre acompañado, estando siempre entre pollitas y pollitos.

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