Que un tren al que llaman “Aspirino” –imposible separar la socarronería de cualquier acontecimiento asturiano– circule entre La Robla, en León, y Campomanes, en Asturias, en solo 33 minutos –ahora lo hace en casi dos horas–, impulsado por un motor diésel –porque la catenaria está inacabada– y a 82 kilómetros por hora –una velocidad ridícula para los convoyes de hoy en día– ciertamente es un acontecimiento histórico por lo que anticipa: el fin de la cordillera Cantábrica como barrera ferroviaria. Una lucha contra la orografía en la que los asturianos llevan empeñados siglos y cuyo triunfo definitivo nada simboliza con mayor rotundidad que el paso de esa modesta locomotora-laboratorio, verde y blanca como las cajas de aspirinas cuyo componente principal, curiosamente, también sale de esta tierra. 

Hasta que en 1884 quedaron inaugurados los tres kilómetros del túnel de La Perruca no existía conexión ferroviaria directa entre la Meseta y Asturias. El pasajero que desde Madrid pretendía llegar al Principado tomaba un tren que le dejaba quince horas después en León, empleaba otras cuatro horas en descender por carretera a Pola de Lena para luego volver a subir a un vagón y plantarse en Gijón otras cuatro horas más tarde. Un día entero de viaje, aunque peor era el retorno: subir el puerto requería otro par de horas más de propina. Cuando por fin la rampa de Pajares entró en funcionamiento superar la Cordillera ya se redujo a dos horas y media. El éxito fue tal que pronto el ferrocarril se colapsó, aunque había que hacer largas paradas en los apartaderos para los cruces y esperar a que el humo de las locomotoras saliera de los conductos subterráneos.

Aquello fue una hazaña de la ingeniería, un desafío para su tiempo. Pero en 137 años nada cambió del itinerario, sometido solo a los mantenimientos imprescindibles para que las 63 galerías entre Busdongo y Puente de los Fierros no se vinieran abajo y las nuevas unidades pudieran seguir circulando. Por eso esta semana marca un antes y un después: dos bocas de 25 kilómetros por las que los convoyes ya transitan, aunque sea en pruebas, transportan Asturias del siglo XIX al XXI en cuestión de vías. En definitiva, un salto a la modernidad. Como guinda, ha coincidido también el fin de la marcha atrás en León, que devuelve la normalidad a los desplazamientos con la capital de España y los acorta.

A los asturianos les cuesta apreciar la magnitud de la Variante porque es una infraestructura que no ven, va enterrada. El agua y una geología complicadísima sobre un terreno inestable, con cambios en pocos metros del tipo de rocas, obligaron a realizar un alarde. Solo admite comparaciones con El Musel, y este a bastante distancia. Nunca se ha construido aquí otra infraestructura tan apabullante. Una maravilla que elevó a otra dimensión el conocimiento técnico con soluciones jamás aplicadas.

En sus 17 años en ejecución queda atrás demasiado tiempo perdido en polémicas accesorias que añadieron incertidumbre al recorrido y obligaron alguna vez a rectificar los planes. Debates artificiosos solo para expertos sobre la finalidad de la línea, si para viajeros, para mercancías o para ambos, el modelo de trenes, si de alta velocidad o de velocidad alta, y hasta el ancho de las traviesas, ibérico, internacional o triple hilo, alargaron innecesariamente el camino. Esas obtusas batallas, sostenidas solo por politiquería e intereses bastardos y nunca por buscar lo conveniente para el ciudadano, que era a la postre estrenar cuanto antes la línea, contribuyeron a nivel popular a hacer ininteligible el titánico esfuerzo para derrotar a las montañas y alimentaron el escepticismo popular.

En mayo concluirán los trabajos, según su ejecutor, el Administrador de Infraestructuras Ferroviarias (Adif). El compromiso del PSOE, reiterado en numerosas ocasiones, es abrirla a finales de 2022. Cumplir la promesa ayudará a restituir la confianza y a disminuir el descreimiento hacia los gestores públicos. Alargar el plazo más allá, para acercar el efecto de la inauguración a un año de elecciones generales, autonómicas y municipales como el 2023, sería la última tomadura de pelo a los asturianos. Además de acumular retrasos, ya han sufrido bastante escarnio al soportar estoicamente durante una década el infame reverso de marcha en León. En otras vísperas electorales, Zapatero lo impuso con nocturnidad y alevosía para quedar bien con sus vecinos y suprimir un molesto paso a nivel en la ciudad.

Situar Madrid a tres horas de Oviedo y Gijón supone bastantes cosas más que el mero impacto turístico de facilitar la movilidad. Una distancia tan corta trae pareja, porque así ocurrió en otras partes, una revolución económica y social que cambia por completo las relaciones y abre campos inexplorados para quien muestra gran competitividad. ¿Estamos preparados y preparando la que se avecina? ¿Contamos con una estrategia para relanzar la actividad apoyándonos en una palanca tan poderosa como la del AVE? ¿O quizás, horadados los tubos, alguien piensa en Asturias que nada queda por hacer de su parte?