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Matías Vallés

Llarena es el mejor defensa

Puigdemont, de nuevo en libertad

Nunca sabremos si Puigdemont es un mago del escapismo, la reencarnación de Pimpinela Escarlata, o si simplemente tuvo la suerte de cruzarse con Llarena (¿o es Marchena?). Todo funcionaba a la perfección en la tercera captura continental del líder independentista. Fue detenido en masa en Cerdeña, fue el primer eurodiputado con grilletes de la historia, fue conducido a la cárcel de los mafiosos en lugar de adjudicarle una confortable celda de tránsito. El protocolo estaba predestinado a cercenar su movilidad, a confinarlo como mínimo eternamente en Bruselas.

Sin embargo, con Puigdemont esposado, recluido y degustando el desayuno carcelario, a Llarena se le ocurrió que el espectáculo no podía continuar sin su participación estelar. Ni siquiera fue necesario que excitara su escasa iniciativa, porque el titiritero del Supremo se encargó de despertarle, de espabilarle y de ordenarle que fingiera que el procesamiento de Puigdemont seguía vivo, en contra de lo que afirmaba la Abogacía del Estado que ya acertó con la pena del procés. Tutti fratelli.

En cuanto terció Llarena en la mañana del viernes, los vientos se torcieron y la Italia judicial en pleno se alineó con Puigdemont. Aunque tenga cita, ni necesita cumplimentarla. No caeremos en la grandilocuencia de determinar el significado del chasco para España, ni para el trasnochado y caduco Tribunal Supremo. Nos detendremos modestamente en la faena del juez instructor, la mejor defensa que podría imaginar el prófugo ignífugo.

Dado que el gremio de los negacionistas habita a la derecha, a qué esperan para lanzar la especie de que los residentes catalanes Puigdemont y Llarena son socios en una misma empresa, probablemente presidida por Bill Gates, y consagrada desde luego a la destrucción de España. Cada vez que el instructor toma una decisión, su teórica presa y preso sale reforzado. Se ve que los conspiranoicos son más exigentes que los ortodoxos.

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