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Luis M Alonso

Sol y sombra

Luis M. Alonso

La conversación silenciosa

No tenemos necesidad de arrojarnos al vacío. Vivimos suspendidos de él en medio de la estupidez. Se demostró durante unas horas cuando, el pasado lunes, coincidiendo con la caída de WhatsApp, Instagram y Facebook, la ansiedad se apoderó de los innumerables partidarios exclusivos de la conversación silenciosa en las redes sociales. Las vidas se paralizaron, sus propietarios no tenían un libro a mano y no sabían qué hacer, se han olvidado, además, de que la función principal de un teléfono es conversar mediante la llamada.

La telefonía móvil, no del todo bien definida inteligente, ha pasado a cumplir funciones específicas para llenar los huecos mediante una comunicación redundante y muchas veces inútil. El colapso cibernético de unas horas no fue el acabose, pero por momentos lo parecía. Me alegro del fallo técnico o de la intervención del hacker que trajo la debacle. Es más, debería suceder, al menos de ese modo superfluo e intrascendente, en los días impares; quizás así los seres humanos volverían a recobrar el contacto perdido por culpa de la alienación en red. O a recobrar la intimidad y el placer de la lectura imprescindible, no la de la cháchara del chat basada en el automatismo que nos hemos impuesto para pasar el rato, o más bien para que el rato pase por encima de nosotros.

Nos están advirtiendo sobre el colapso de internet o, más ampliamente, de una caída tecnológica supuestamente inevitable, que sí puede ocasionar daños importantes para la actividad común. Al mismo tiempo, deberíamos estar preparándonos para cuando eso suceda. Naturalmente lo primero que hay que olvidar es ese tipo de angustia histérica que nos incapacita para enfrentarnos como una sociedad supuestamente madura a los riesgos verdaderos, que no son precisamente la pérdida por unas horas de la conversación banal en las redes sociales. Del modo que ocurrió el lunes. Cuando escribo supuestamente madura, lo hago por la sensación que tengo de estar viviendo, todo lo contrario, en una sociedad trivialmente infantilizada.

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