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Ricardo Menéndez Salmón

El derecho a la necedad

En defensa de la oficialidad del asturiano y de la diversidad de las lenguas

Protesta ante la Junta por la oficialidad del asturiano en una imagen de archivo.

Uno está sentado ahí, en el escaño 47 de la Junta, y comprende que las promesas se conjugan siempre en subjuntivo, que cualquier dato sirve para probar una cosa y su contraria. También que hay impostores administrativos y genios en el arte orwelliano del doblepensar. Igualmente hay momentos para el júbilo y el destello de la inteligencia. Se goza con el arte dialéctico de algunos, el instinto político de otros, la cortesía parlamentaria de una minoría. Como en botica, hay lugar para el arsénico y la triaca, la testosterona y la serotonina. Nunca estaré lo bastante agradecido por la oportunidad que la vida me ha brindado de conocer esta institución por dentro, máxime en un periodo que promete emociones fuertes, por aquello de la reforma estatutaria. Y es aquí, en el debate en torno al asturiano, donde quisiera aportar alguna observación, no como cargo público de un partido favorable a la oficialidad, sino como escritor que lleva dos décadas fatigando el mundo gracias a sus libros.

Donde la literatura me ha llevado, de Nuevo México a Shanghái, de Ámsterdam a Creta, de Matosinhos a Manhattan, en Nicaragua, Polonia o Túnez, he aprendido que no hay lección más fecunda que la diversidad. A pesar de la imposición del inglés como “lingua franca”, he frecuentado autores que hablan y escriben en náhuatl, húngaro, rumano, wólof, flamenco, hebreo, sardo, occitano, mandarín, sueco o romanche. Invirtamos el sentido de la metáfora para inyectar vitalidad en la visión de nuestro planeta. La confusión de voces no es castigo, sino virtud. El fracaso de la torre de Babel, la promiscuidad lingüística, revela un tesoro: la realidad es inagotable a la hora de ser nombrada.

Cuando ciertas señorías sostienen que el asturiano es lengua inventada o apelan a su exiguo número de hablantes para negarle razón al deber de extender los derechos de uso mediante norma legal, introducen en sus argumentos un elemento más dañino que el oportunismo político. Introducen la necedad, algo que como Ortega advirtió citando a Anatole France, es peor que la maldad. Porque el malvado descansa a veces, pero el necio no lo hace nunca. Toda lengua, incluido el castellano que Nebrija sancionó en 1492 en su “Gramática”, no es otra cosa que una koyné que sus usufructuarios se otorgan para entenderse. Desde esa óptica, sin duda el asturiano es una lengua inventada. Tan inventada como el francés de la “Ordenanza” de Villers-Cotterêts de 1539 o como el italiano que Fortunio regaló en 1516 a sus compatriotas bajo el título “Regole grammaticali della volgar lingua”. Con respecto al argumento de la escasa demanda social, la poca destreza lingüística de sus hablantes o el nulo interés de su oficialidad, la confusión entre lenguas minoritarias y lenguas minorizadas se revela como un formidable sofisma. El hecho de que el gallego tenga 2,7 millones de hablantes potenciales no lo hace menos merecedor de protección que el ruso, que tiene 144 millones. La lengua literaria de Cunqueiro y Curros Enríquez es tan importante como la de Gógol y Chéjov.

Ya que la agenda de la Junta no permite muchos viajes, recomiendo a sus señorías que acudan a las bibliotecas, que son baratas y cercanas. En la del Milán pueden leer a Séneca en latín y a Homero en griego. Y en la del Fontán, a tiro de piedra de la Junta, pueden leer a Carrère, que nos visita en días, en su espléndido francés, y de paso, por el mismo precio, a Antón de Marirreguera y a Xuan Bello en asturiano. Si luego les quedan ganas de seguir haciendo el necio, hay constancia de que Asturias es país de libertades. Nadie les negará ese derecho.

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