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Luis M Alonso

Sol y sombra

Luis M. Alonso

La risa y lo que cuesta reírse

Lo certifica el humorista Terry Eagleton; la risa no siempre es algo con lo se pueda reír. Ha habido a lo largo de la historia epidemias letales de risa en China, África, Siberia y otras partes del mundo. Episodios de paroxismo histérico con el que, según se ha dicho, llegaron a morir miles de personas. En 1962, como recuerda el propio Eagleton, se produjo un brote histérico en lo que entonces era Tanganica que obligó a cerrar todas las escuelas en varios puntos del país. Samuel Johnson define la risa en su diccionario como una alegría convulsiva y Thomas Hobbes, en Leviatán, se refiere a ella como una mueca. Eagleton, con cuyo libro sobre el humor estoy disfrutando un montón, cuenta cómo el narrador de “Tristram Shandy”, la incomparable novela de Lawrence Sterne, explica que en una ocasión se rió tanto que se se le rompió una vena y perdió cuatro pintas de sangre en dos horas. Y el novelista Anthony Trollope, que jamás hizo reír a nadie con lo que escribía, sufrió un derrame cerebral debido a las carcajadas que le supuso una lectura cómica. La risa, ya saben, es una cuestión de alegría descontrolada y también de llanto. A veces, cuando nos reímos de nuestra propia e inevitable muerte con el fin de desdramatizarla, actúa incluso como si se tratara de un desatascador balsámico.

Las encuestas que se han realizado coincidiendo con las fechas para detectar el apego de los españoles a sus símbolos, la bandera, etcétera, producen esa especie de risa floja con la que cuesta reírse. Sobremanera cuando de ellas se extrae que solo el 66,5 por ciento considera que es necesario reforzar las leyes para asegurar la enseñanza de la lengua común en todo el territorio. ¿Únicamente?

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