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Anxel Vence

Rara defensa de la monarquía

Los tradicionales abucheos al presidente del Gobierno en el desfile de la Fiesta Nacional

La de abroncar al presidente del Gobierno electo es costumbre que ya se ha hecho tradición en el Día de la Fiesta Nacional, mayormente si el primer ministro gasta fama de ser de izquierda. También es tradicional que en esa señalada fecha se vitoree al rey, que lo es por la gracia de Dios y por la decisión que en su día tomó un general de Ferrol.

No se entiende muy bien esa inquina. Después de todo, Pedro Sánchez y los anteriores jefes de Gobierno –a izquierda y derecha– no han parado de defender la preservación de la monarquía como forma de Estado en España.

El propio Sánchez elogió la “transparencia” y la “ejemplaridad” del actual monarca reinante, Felipe VI, cuando arreciaban las diatribas al comportamiento digamos que un poco desconcertante de su progenitor, el emérito Juan Carlos I. Lo mismo habían hecho Felipe González y José Luis (R.) Zapatero, por citar a dos rojos –tirando a rosa– que desempeñaron en su día el cargo. Zapatero, abucheado como Sánchez en la misma fecha patriótica, no dudó en elogiar el papel de Juan Carlos en “trances muy difíciles” tales que el golpe de Estado de febrero de 1981.

Quizá no sea del todo bueno para la institución que sus más extremados partidarios la identifiquen con la derecha, en la medida que un Jefe de Estado debe estar “au-dessus de la mêlée”. Es decir: por encima y al margen de los debates partidarios. Poco amiga de afrancesamientos, por lo que se ve, la parte más montaraz de la derecha insiste pese a todo en prohijar ideológicamente al rey como uno de los suyos. No hay noticia de que Felipe VI haya dado a conocer sus ideas políticas –que las tendrá–, más allá de una confesada afición por el Atlético de Madrid; pero ahí siguen, erre que erre, los que se empeñan en contraponer al rey y al presidente en ejercicio.

Con amigos así, ¿quién necesita enemigos? Tampoco hay que darle especial importancia a los desahogos de unos cuantos miles de personas como las que acuden tenazmente cada año a silbar al presidente eecto a la vez que dan vivas al monarca. Sería exagerado pensar que representan a la totalidad o siquiera a una mayoría de ciudadanos.

Podrían tomar nota los abucheadores de lo que decía Dalí, ilustre defensor de la monarquía que, a la vez, no dudaba en definirse como “apolítico total”. Para abogar por un sistema en principio poco racional como el monárquico, el pintor no recurría a la política, sino a la ciencia de los genes. Argumentaba Dalí, mucho antes de que se popularizase el ADN, que la monarquía es la prueba de la validez del ácido desoxirribonucleico, en la medida que, desde la primera célula hasta la última, “todo ha sido transmitido genéticamente”.

Solo esa explicación surrealista explica la defensa de las dinastías, que a fin de cuentas son la apoteosis del ADN desde el momento en que la principal función de los reyes es de orden reproductivo. Defender a la monarquía bajo principios ideológicos es ya tarea mucho más ardua que en nada favorece a la institución. E insultar a los presidentes que salen de las urnas resulta cuando menos una desconsideración a quienes han apoyado siempre desde su cargo al rey que les tocase. Igual hay astutos republicanos infiltrados entre los que pitan a uno y vitorean al otro, pero tampoco hay que malpensar.

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