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Roberto Granda

El Club de los Viernes

Roberto Granda

El orgullo de Barbón

El riesgo de erosionar la convivencia

El presidente del Principado, Adrián Barbón, interpeló hace poco en el Parlamento a Ignacio Blanco, portavoz de Vox, hablando sobre la identidad asturiana e interrogando, gravemente ofendido, si acaso él no se sentía orgulloso de serlo.

Y eso me dio para pensar. Lo del orgullo. Y lo de la identidad.

El presidente parecía enseñorear la ilusión melancólica, únicamente individual, de un pasado idílico, o tal vez buscando algún paraíso perdido. Asturias como la arcadia de nuestra infancia, o como aglutinadora de todas las virtudes de las que carecemos. También sirve como mecanismo de identificación e himno de bar a pálidas horas de la madrugada, tengo que subir al árbol, tengo que coger la flor.

No me voy a inmiscuir en los sentimientos personales del señor Barbón. Cada cual hace con sus orgullos lo que puede o lo que quiere. Por las emociones ajenas hay que pasar de puntillas, hay muchas y complejas razones que suscitan a uno sentirse henchido, y conozco gente que exhibe con satisfacción algunos títulos colgados en la pared que sirven para eso, para vestir paredes o para que se sienta colmada la abuela que sufragó la carrera universitaria; y otras personas cuyo máximo motivo de vanidad es el último aparato que ha comprado en su culto al motor, aunque para el resto sea una evidente crisis de la mediana edad sobre ruedas.

El problema, a mi entender, es cuando esos orgullos se ostentan no como trofeo sino como arma con la que agredir al otro. Se empuñan identidades como otros encargan una alarma. Sirve como amenaza, como forma de disuadir o como advertencia. O se imponen por decreto. Orgullo por obligación, para demostrar que uno es buen asturiano, o vasco, o almonteño, u oriundo de Peñaranda de Bracamonte, hay que mostrar pureza identitaria para no ser víctima de la incompetencia moral de la policía del pensamiento, tan atestada últimamente.

Existen orgullos entusiastas que mal canalizados, además de peligrosos y patéticos, sólo llevan a la erosión de la convivencia. He visto a personas, muy apasionadas de ser de un sitio, liarse a hostias con otras porque ellas también habían nacido en algún lugar, sólo que no en el mismo. Lo de las tribus enfrentadas es un atavismo más propio de la antropología documental que de un Estado de derecho moderno. También sé que algunos orgullos locales se atenúan viajando, sosegando honras regionales inflamadas a base de vivir largas temporadas fuera de esa tierra amada, con individuos que también tienen hacia su propia comunidad sus filias y sus fobias.

Las pulsiones identitarias, cuando se desbocan, dan lugar a esa grieta de la democracia que es el nacionalismo, y si el nacionalismo moderado parece un oxímoron, el vehemente siempre implica derramamiento de sangre, una vez llevada al extremo la sinrazón dogmática. Cuídese de sus orgullos, que yo me encargo de los míos.

Pero en vez de la defensa de la ciudadanía al margen de los territorios, el PSOE de Barbón y los siniestros podemitas se afanan en la defensa del territorio al margen de los ciudadanos. La tierra como un todo donde no caben todos. Unanimidad de pensamientos y sentires, y el que no, que se las apañe. La identidad como estandarte, donde, con el mero hecho de apelar a ella, no son necesarias más explicaciones.

Este marco mental, profundamente reaccionario, suele tener prosélitos en todos los orgullosos de tener una identidad otorgada por mérito, azar o desgracia de nacimiento.

También hay orgullos por delegación. Intercambio de orgullosos solidarios. Aunque implique complicidad con los movimientos etnicistas, pues van todos en el mismo lote. Cuando los muy satisfechos de imponer a otros asturianos la oficialidad de un dialecto artificial, y en un alarde insensato de estulticia, solicitaron el apoyo de Bildu, los legatarios de ETA respondieron encantados. “Claro que sí, unidad cuando se trate de desunir, solidaridad con la república plurinacional. Ahí va nuestro apoyo”. Algo así. Oskar Matute sonreía desde Twitter con un mensaje fraternal para los manifestantes. Y al resto se nos helaba la sangre.

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