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Jesús Arango

Un jacobino ante la oficialidad del asturiano

Parafraseando a Indalecio Prieto, soy socialista a fuer de jacobino, y en consecuencia partidario de la cesión de soberanía de los Estados para la consolidación de una Unión Europea fuerte que no se quede atrás frente a los liderazgos de Estados Unidos y China. Y por tanto me encuentro muy alejado de ese rancio nacionalismo español que nos atribuye esa faltosada de “Asturias es España y lo demás tierra conquistada” (Abascal y Casado, dixit).

Pues bien, cuando en los primeros años ochenta algunos abandonamos nuestras carreras universitarias y profesionales para participar activamente en las tareas políticas de modernizar a nuestro país, que intentaba resituarse en la normalidad del continente europeo, nunca me imaginé que cuarenta años más tarde el debate principal de la reforma de nuestro Estatuto de Autonomía sería la oficialidad compartida a través del uso –nada más y nada menos– de tres lenguas: el español, el asturianu y la fala.

Por razones de edad, este asunto debería preocuparme más bien poco, pues ni yo, ni mis hijos ni mis nietos tendrán que pasar por la escuela con el asturianu como lengua vehicular, ni creo que en general me vayan a afectar los cambios y el desgarro social que se van a generar con las nuevas oficialidades. No obstante, quiero expresar públicamente lo que pienso, por que toda esta historia si en cambio puede afectar –y mucho– al futuro de esta tierra, en donde nací, viví y espero morir.

Después de una estancia en nuestra región durante el verano de 1915, José Ortega y Gasset se interrogaba sobre el significado de la palabra Asturias y hacia referencia a que el valor plural de ese vocablo tenia una certera sugestión para el viajero, añadiendo que había muchas Asturias y que resultaría muy trabajoso contarlas. Y esa pluralidad también se encuentra en la variación léxica local que existe en Asturias, que ya fue reconocida por Francisco de Paula Caveda (1760-1811), colaborador de Jovellanos y precursor del Diccionario asturiano, que señalaba que uno de los retos para su elaboración consistiría “en el acopio de artículos y voces usadas en los concejos distantes del mío, y en la gran diferencia que debe haber en ellas, así de parte de la pronunciación como de la verdadera unificación, y mucho más, cuando llegué a experimentar que aún dentro de un mismo concejo, no se conocen en una parroquia algunas voces de la otra, o es distinto su uso y acepción”.

Y esas diferencias locales que siguen siendo una realidad y un gran activo cultural de Asturias pretenden borrarse con la imposición de una normalización “urbana y artificial” que nos obligará a elegir entre goxa y macona, y a utilizar una toponimia con términos que nunca han sido usados por los vecinos como Ozcos, Curniana o Somáu, por poner sólo tres ejemplos. Menos mal que en esa normalización han respetado a la fala, ahora denominada eo-naviego o gallego asturiano, reconociendo con ello que aquellas pintadas por el Occidente de “bable nes escueles” resultaban cuando menos extravagantes.

Con este intento de normalización se está ocultando que –al no desarrollarse a lo largo de la historia un modelo único en Asturias– ha sido el español el que ha servido de lengua común. Así que la cuestión no es si hay o no un problema de demanda social para la oficialidad del asturianu, sino que a lo que nos enfrentamos es a la ausencia de una oferta solvente que sirva para comunicarnos entre nosotros, además con la cantidad de retos que tiene esta región, la tarea de implantar una nueva lengua no parece una opción muy razonable. Como me decía hace ya algunos años mi vecina Agripina ante la aparición de bablistas en la televisión: “Jesús, no los entiendo, al único que entiendo es a Jerónimo Granda”. Algo parecido me ocurría a mí cuando ponían aquella ridícula cinta grabada en los aviones de Iberia de “cínchense los cinturones”, o cuando circulaban, allá por los años noventa, aquel impreso bilingüe para ir de campamento y que en la profesión del padre ponía como opción alternativa: “Que fai tu pa”.

La oficialidad del asturianu y la fala va a tener –al margen de una gran litigiosidad– todo tipo de efectos directos, indirectos e inducidos en los diferentes ámbitos de las administraciones públicas (nacional, regional y local) y ello implicará, año tras año, la necesidad de destinar un volumen creciente de recursos presupuestarios a esta cuestión y no a otras políticas, como por ejemplo la de poner en marcha en el sistema educativo lo que hace años se viene proponiendo en los programas comunitarios de juventud: el aprendizaje de dos lenguas extranjeras además de la propia. En estos momentos en los que deberíamos estar centrados en fomentar una sociedad asturiana abierta e innovadora para hacer frente a los cambios y desafíos que está generando la cuarta revolución industrial, con la declaración de las nuevas oficialidades se va a tener que dedicar recursos y esfuerzos a un asunto que nos divide, que generará una mayor desigualdad social y que va a limitar las posibilidades futuras de nuestros jóvenes para competir en una economía global.

Qué lejos queda esta deriva identitaria de aquella aspiración del movimiento sindical europeo del primer tercio del siglo XX de difundir y utilizar el esperanto –que llegó a conocerse como el latín de los obreros–, al considerar el idioma con un sentido de solidaridad de los seres humanos por encima de barreras étnicas, lingüísticas y estatales.

Menos mal que uno ya está jubilado, pues me imagino el conflicto y las implicaciones que tendría el declararme “objetor lingüístico” cuando un alumno me presentase –ejerciendo su derecho– un trabajo de economía en asturianu o en fala. En fin, el poblamiento disperso me va permitir convertir a mi quintana en territorio libre de llingua. Ventajas de un aldeano retornado que siendo estudiante de Económicas en Bilbao vio como de la utilización de unos pocos vocablos (aita y agur) se pasaba al artificial euskera batúa. Para no incurrir en los mismos errores que otros cometieron sería muy conveniente aplicar al debate de la oficialidad del asturiano una fuerte dosis de una práctica muy extendida en nuestras aldeas, la de “correr la galga”, y centrar la gran tarea de esta región en la creación de empleos de calidad para que nuestros jóvenes no tengan que seguir buscando su futuro fuera de esta tierra que durante siglos fue conocida como Asturias y que ahora los nuevos asturianistas pretenden que pase a denominarse Asturies.

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