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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Entre la rendición de cuentas, el modelo y el debate

Adrián Barbón en la Junta General del Principado Irma Collín

Traje azul oscuro que parece grisáceo a veces en la retransmisión, corbata azul celeste con pintas blancas, camisa clara y sus habituales gafas con un toque de modernidad color caramelo en las patillas, el Presidente habla rápido y claro. Cada vez que pasa un folio, escrito con letra grande, ordena la pila de los ya leídos. De vez en cuando, un tic lo lleva por un brevísimo instante al pantalón, que quizá le molesta.

El discurso comienza con lo que señala como tres hitos: los compromisos de Mittal, y, por tanto, del futuro del tractor de nuestra industria; la llegada ya próxima del AVE, con su implicación de futuro y de reparación de un retraso inaceptable; la vuelta al casi estado de normalidad de la pandemia, que es en parte mérito de su Gobierno, y que marca un punto de salida.

Después, las grandes líneas de lo que él llama “su modelo”: igualdad entre las personas (lo que incluye el par mujeres/hombres), igualdad territorial, modernización. Como al final, unas líneas en asturiano ahora. Marca, sin duda, una diferencia con los anteriores presidentes.

Los primeros momentos son para subrayar datos que invitan al optimismo, las mejoras en empleo (evita decir cuánto de ello es empleo público), el crecimiento en la industria y la construcción, el auge del turismo. Y, a partir de ahí, desarrolla un análisis de logros y propuestas, cuya primera parte corresponde a lo que es el grueso del presupuesto: educación, sanidad, asistencia social, y una nota de la administración: la vuelta a la presencialidad, tanto en la sanidad como en los mostradores de las oficinas.

(De vez en cuando los subtítulos de la TPA dejan ver con claridad cuál es, en realidad, el estado de la cuestión lingüística: todos en castellano y la toponimia, al revés. Subrayan, así, las incongruencias del Ejecutivo y el discurso vacío de cierta oposición).

Aborda después una serie de logros y fracasos, totales o parciales, de su Gobierno, que quieren señalar su capacidad de defender los intereses asturianos frente a sus conmilitones de Madrid: el estatuto electrointensivo y los derechos de dióxido de carbono, la cuestión del lobo, ligada a la ganadería extensiva y el despoblamiento, el peaje del Huerna, la financiación autonómica. El reconocimiento de esos fracasos o medios éxitos, da paso al planteamiento de las grandes cuestiones inmediatas o de futuro: la financiación autonómica, el nuevo estatuto (con el cumplimiento del artículo 3º de la Constitución española), el medio ambiente, el reto demográfico, el peaje del Huerna, las cercanías, la reforma administrativa, los nuevos presupuestos, y, especialmente, la digitalización y la transformación industrial, la ocasión para, con el auxilio de los fondos europeos y los proyectos ya en marcha (no podía dejar de citar la instalación de Amazon en Bobes), poner a Asturies “en la vanguardia de la revolución industrial” (dice, erróneamente, “por primera vez”).

El tono general del discurso fue mansulín, sin apenas picotazos a la oposición, salvo uno al PP por la prolongación del peaje del Huerna, y varias a “la extrema derecha”, por su desprecio a la autonomía y por su hostilidad casi barriobajera hacia el asturiano. Parejamente, sus llamamientos al diálogo y el acuerdo –por el bien de Asturies, más que por el del Gobierno, vino a decir– constituyeron el elemento central de su discurso.

Es evidente que de esa forma, sobre construir la alabanza de los méritos de su Gobierno, al señalar qué no han podido alcanzar pese a sus esfuerzos, sobremanera en la pugna con el Central, prepara la segunda parte del debate: méritos, humildad, reconocimiento de objetivos no logrados y petición de acuerdos.

La oposición, por su lado, ya habrá buscado los datos y les resquiebres del discurso por donde se pueda distinguir del Ejecutivo y atracarlo, algunos con más fiereza, otros con menos. Casi ninguno dejará de ofrecer disposición al diálogo desde sus premisas.

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