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Jesús Arango

Caperucita roja y el lobo

Las trabas a la ganadería provocadas por el nuevo Listado de Especies Silvestres de Protección Especial

Como en el conocido cuento, en el que el lobo disfrazado como una amable y cariñosa abuelita acabó comiéndose a Caperucita, así sucederá con la normativa aprobada que incluye al lobo en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPRE), que terminará haciendo inviable la ganadería extensiva al Norte del Duero. Estamos una vez más ante la creencia tan arraigada en España de que la aprobación de una normativa resuelve per se los problemas –“leyes hacen bibliotecas, pero no países”–, ignorando que estamos ante un conflicto de dos formas de entender la vida: la del ecologista urbano, que tiene una determinada manera de concebir la relación con la naturaleza, en la que la fauna salvaje prima frente a la actividad agraria, y la visión de los que viven y trabajan en las zonas rurales, que llevan muchas generaciones aprendiendo a sobrevivir en un medio en el que tienen que defender su vida y hacienda de las acciones de ese tipo de fauna.

Creo que hubiese sido mucho más adecuado y respetuoso con quienes protagonizan la vida en nuestros pueblos y aldeas, que antes de tomar una decisión tan conflictiva se hubiesen dedicado fondos públicos importantes a la investigación de como mejorar y controlar la convivencia entre el lobo y los ganaderos. Y en ese sentido las nuevas tecnologías digitales podrían jugar un papel importante con el desarrollo de aplicaciones basadas en la inteligencia artificial, los sensores, los drones o el desarrollo de robots-pastores. En definitiva, se trataría de experimentar las posibilidades que ofrece el Internet de las Cosas (IoT) para hacer posible una mejor convivencia del lobo y la actividad ganadera. De ahí, que la secuencia temporal más apropiada a seguir hubiese sido: primero, probar mediante ensayos piloto los resultados de las investigaciones; después llevar a cabo campañas de demostración de las ventajas de tales aplicaciones; y finalmente, regular normativamente la cuestión con un mejor conocimiento de los contornos y soluciones del problema.

En zonas como Asturias –en donde desde hace décadas se viene practicando un control selectivo de la especie y está prohibido su caza–, esta decisión viene a agravar los problemas por los que ya pasa la ganadería extensiva asturiana, especialmente la relacionada con la reciella. En nuestra región existen actualmente alrededor de 77.000 cabezas de ovino y caprino, y cabe recordar que a mediados del siglo XIX el censo regional de ovejas alcanzó el medio millón de cabezas. Como referencia, debe señalarse que la cifra actual es la mitad del censo ovino que existe en Guipúzcoa, provincia que tiene una superficie cinco veces menor que la nuestra.

En Asturias, además de ese menguante censo de ovejas y cabras, existen cerca de 230.000 cabezas de vacuno destinadas a la producción de carne, de las que la gran mayoría pertenecen a las razas autóctonas de Asturiana de los Valles (201.389 cabezas) y de Asturiana de la Montaña (27.203 cabezas), a las que habría que añadir un censo equino que suma 36.415 cabezas. Pues bien, la consideración del lobo como especie de protección especial va a tener un impacto muy negativo en la viabilidad de las actuales ganaderías extensivas, lo que agudizará sobremanera el problema del despoblamiento y acelerará el avance del desierto demográfico, que ya afecta a más de un tercio de la superficie regional y que –según apuntan las tendencias demográficas– en una década se extenderá por casi dos tercios de Asturias.

Pero además, esta protección especial del lobo va a drenar de forma significativa el potencial de una futura puesta en valor y explotación de las grandes extensiones de montes comunales que existen en nuestra región. Esos terrenos, que de forma genérica y poco precisa se conocen con la denominación de montes comunales, suman 504.000 hectáreas, y en grande parte están infrautilizados o desaprovechados. Un mejor aprovechamiento de estas superficies comunales haría posible la implantación de muchas miles de hectáreas de pastos que podrían ser utilizadas como eficaces cortafuegos dentro de una ordenación racional de las superficies forestales maderables. Así por ejemplo, si sólo se destinase a pastos el 20 por ciento de los montes comunales estaríamos hablando de 100.000 hectáreas, que mediante una gestión que utilizase cercados para delimitar parcelas y modernas técnicas de pastoreo rotativo, podría incrementar de forma muy notable el censo ganadero asturiano, especialmente el relacionado con ovejas y cabras, dado que la mayoría de este tipo de terrenos presentan acusadas pendientes. Una explotación adecuada de los montes comunales y el consiguiente desarrollo de una potente ganadería extensiva es uno de los recursos más importantes que tiene nuestra región para luchar contra el despoblamiento rural y la protección especial del lobo será sin duda un factor que limitará las posibilidades de llevar a cabo esta estrategia de desarrollo rural.

En Asturias, el modo de vida rural y su cultura necesitan de una equiparación con la valoración que se tiene del modelo urbano y, entre otras cosas, resulta fundamental revertir la visión urbana –supremacista– acerca de la fauna salvaje, que hace que el simple atropello de un oso figure entre las noticias de primera plana, mientras que cuando ocurre una desgracia como la muerte de una campesina por embestidas de un carnero en un pueblo de Teverga –recuerdo esta noticia de no hace muchos años–, se incluya en las páginas interiores de sucesos. Es urgente que la sociedad regional entienda y comparta que la principal especie en extinción en Asturias es el campesino, y que para su conservación es necesario que lo veamos como un ecocultor, que además de producir productos para el mercado, presta servicios medioambientales para el conjunto de la sociedad, lo que se debería retribuir con fondos públicos por su función permanente de guardianes de la naturaleza. Lo señalé en una intervención en Grandas de Salime a mediados de los años noventa del siglo pasado: para que el mundo rural asturiano tenga un futuro mejor deberán diseñarse modelos de desarrollo rural que supongan la integración de la vaca, la reciella, el árbol, así como una diversificación económica propiciada por la aplicación de las nuevas tecnologías digitales.

Intentando ser coherente diciendo lo que pienso, en estos momentos, creo que hay que definirse claramente en si uno está o no al lado de nuestros campesinos, que han sido y siguen siendo protagonistas principales en la creación y mantenimiento de los bellos paisajes de nuestra querida Asturias. Y, en ese sentido, aprovecho estos párrafos para manifestar públicamente mi total apoyo a la lucha de los ganaderos-pastores asturianos y del resto de las tierras al Norte del Duero por la defensa de su modo de vida y el futuro de una ganadería ligada a la tierra.

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