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Jorge J. Fernández Sangrador

De Qumrán a Aranjuez

Una historia de luz y de amor

Durante toda la semana que ahora acaba hemos estado hablando en clase, en la Universidad de Oviedo, de los manuscritos del mar Muerto, del emplazamiento arqueológico de Khirbet Qumrán, de los esenios, del helenismo en Israel, de los macabeos, de las luces de Hanuká, del Santuario del Libro en Jerusalén y de la importante labor realizada por biblistas españoles en los trabajos de investigación de ese hallazgo que la suerte deparó por medio de unos beduinos que andaban buscando una cabra extraviada en los barrancos del desierto de Judá.

Hemos mencionado, naturalmente, la obra compuesta por el maestro Joaquín Rodrigo para tres sopranos, coro de hombres y orquesta, que lleva por título “Himno de los neófitos de Qumrán”. La traducción del Himno, más otros dos que se han añadido, formando así un tríptico, ha estado a cargo de Victoria Kamhi, esposa del músico y conocedora de la lengua y cultura hebreas, ya que procedía de una familia judía de Estambul, ciudad en la que nació en 1902.

El Himno dice así: «Rezaré, día y noche, mi oración de alabanza / en todos los instantes que Adonay ha dispuesto. / Cuando nace la aurora, despertando a la tierra, / cuando relumbra el sol en lo alto del cielo; / cuando enciende sus luces en el ocaso oscuro, / donde Dios nos revela sus tesoros secretos; / cuando las sombras vencen a los rayos del día; / cuando la noche surge con todos sus luceros, / y cuando el blanco albor resplandece de nuevo; / cuando el sol y la luna lucen en altas cumbres / y cuando se recogen en el divino seno». Y vienen después otros siete versos.

Al dejar atrás el Campus ovetense de Llamaquique y hallarme ante el Auditorio-Palacio de Congresos “Príncipe Felipe”, recordé que el guitarrista Pablo Sáinz-Villegas había interpretado allí, con el acompañamiento de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, ante los reyes de España, hacía unos días, en la gala musical que tiene lugar la víspera de la entrega de los Premios “Princesa de Asturias”, el “Concierto de Aranjuez” y “Fantasía para un gentilhombre”, de Joaquín Rodrigo, quien, a su vez, recibió el Premio “Príncipe de Asturias de las Artes” en 1996.

A propósito del “Concierto de Aranjuez” decía el maestro Rodrigo, con dificultades en la vista, desde que tenía tres años, a causa de la difteria, que su “visión interior” del real Sitio se la debía a su mujer, cuando iban a pasar allí algunas tardes: «Ella me describía todo lo que veía, los jardines, las fuentes, el palacio … ¡y yo lo iba viendo todo tan bonito a través de ella!».

Y por Victoria Kamhi sabemos también cómo se dio la trágica circunstancia que propició la redacción final de la obra. Lo cuenta en su autobiografía “De la mano de Joaquín Rodrigo”. Fue cuando Vicky tuvo un aborto y perdió la niña que llevaba en sus entrañas. Hubo de permanecer ingresada en una clínica durante varios días.

En aquellas noches de angustia y de preocupación, insomne, Joaquín Rodrigo compuso el “Adagio” del “Concierto de Aranjuez”, «que sonaba por vez primera envuelto en tinieblas. Era una evocación de los días felices de nuestra luna de miel, cuando paseábamos por el parque de Aranjuez, y a la vez era un canto de amor. Y por tal motivo, a partir de entonces la obra se llamaría ‘Concierto de Aranjuez’», escribió Vicky Kamhi en su libro.

Y mientras proseguía mi camino, pensando en estas cosas, al pasar por delante de la redacción del diario LA NUEVA ESPAÑA me sobrevino la idea de ponerlas por escrito para contárselas, además de a mis alumnos de la Universidad de Oviedo, a los amigos lectores de esta tribuna semanal en el periódico, porque me pareció que era una hermosa historia de luz y de amor.

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