Pedro Luis Nieva se pintó este miércoles a sí mismo como un “workaholic”, un adicto al trabajo que había abandonado sus obligaciones maritales para sacar adelante su negocio, pero entregado, no obstante, al bienestar de su familia, preocupado por cómo podía influir la separación de la pareja en la salud emocional de sus hijos veinteañeros y respetuoso de la libertad de su mujer para salir con quien considerase oportuno. Las cámaras y micrófonos que miró por internet no eran para espiar a su esposa –no temía en absoluto que esta pudiese tener intención de seguir viéndose con Ardines–, eran para instalar en su oficina. Si buscó sistemas de balizamiento fue porque necesitaba saber si sus empleados se la pegaban, no para conocer hasta el último movimiento de su mujer. Y la conversación que mantuvo con Ardines después de enviar a la mujer y a la hija del edil la grabación que había hecho a los amantes en la sidrería Muros –quién sabe si en esos discretos toneles por los que es conocido el restaurante– transcurrió en términos diplomáticos y civilizados, según dijo, nada de amenazas ni injurias. El problema es que este mundo idílico de Pedro Luis no aguanta la hemeroteca. Ya lo decía poco después de su detención una mujer de la pandilla de Llanes a la que pertenecían los protagonistas de este crimen: nadie se explicaba cómo un electricista podía llevar ese tren de vida, sobre todo teniendo en cuenta que su empresa, que había tenido hasta cuarenta empleados, estaba quebrada. En enero de 2019, Nieva fue detenido por instalar la electricidad en una plantación de marihuana en Las Merindades (Burgos) y más tarde estuvo investigado por preparar el montacargas de una nave en la que se producía hasta nueve cosechas de marihuana al año. Eso sí, respecto a esta última no hubo pruebas para encausarle. A este hombre tan respetuoso hubo, no obstante, que llamarle la atención este miércoles porque se refirió a la fiscal como “esa mujer”, quizá el único desliz que se permitió en su larga declaración.
