La Nueva España

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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Las lenguas y la industria

Las razones económicas detrás de la exigencia de Gabriel Rufián de más Netflix en catalán

A muchos les indigna que ERC, para aprobar los presupuestos, pida que Netflix, y las demás plataformas, produzcan películas y series en catalán. Han conseguido tanto, dicen, que ya no tienen más que pedir. A mí, la verdad, me da un poco de envidia. No porque quiera Netflix en asturiano –cómo cuesta no decir bable–, sino porque ignoro qué ha pedido Barbón para apoyar los mismos presupuestos. Mientras las peticiones de Rufián han sido noticia nacional, las de nuestro presidente –supongo que las ha habido– no han merecido ni un triste breve.

¿Es Barbón de peor madre que Rufián? ¿Somos los asturianos representados por él de peor madre que los catalanes representados por el líder de Esquerra? Espero que no, aunque nadie lo diría visto lo visto.

Aún se puede ver en salas, al menos de Madrid, y en Movistar Plus –otra plataforma–, la última película de Santiago Segura, que lleva el sugestivo título de “A todo tren. Destino Asturias”. Digo sugestivo no sólo porque recuerde las penalidades ferroviarias para llegar al Principado, que también. Lo digo, sobre todo, porque se trata de una película realizada “con el apoyo” del gobierno regional, según figura en los créditos. Y, siendo así, me pregunto si, siguiendo el criterio de Rufián, no se debería haber rodado la película en asturiano. Y, la verdad, no veo la necesidad de escuchar a Santiago Segura en otra lengua que no sea el español.

Más allá de lo anecdótico, “El Periódico de España” publicaba hace unos días que, tras el interés de Rufián por “blindar el catalán” en las plataformas, hay una razón mucho menos cultural y desinteresada: la económica. El dinero parece estar siempre detrás de todo. Cataluña producía hace diez años el 50 por ciento de las películas españolas. En la actualidad, sólo el 31. Es un síntoma del trastorno económico que ha supuesto el “procés”. La industria del cine en Cataluña atraviesa una grave crisis. Y no es un sector baladí. El negocio audiovisual genera allí 3.869 millones de euros al año y da trabajo a 14.102 personas.

Así que cuando creíamos que el debate suscitado por la exigencia de Rufián era un debate lingüístico, en realidad, se trataba de un problema industrial. Tal vez las palabras del portavoz de Esquerra hubieran sido mejor entendidas si no hubiera obviado el trasfondo económico. Rufián no es precisamente el mejor ejemplo a seguir para Asturias, pero si alguien decide imitarlo, mejor que tome nota de la defensa de la industria que no de lo de Netflix.

Me recuerda un fiel lector del lado de allá del túnel que, en el debate de la cooficialidad, se está desvirtuando el significado de términos como importante y urgente. Y lo urgente e importante, según su criterio, es defender contra viento y marea la industria que se desmantela en Asturias a pasos agigantados y sin ningún tipo de contrapartida.

Resulta muy preocupante, también, que la decisión de la cooficialidad se pueda tomar por el voto de un diputado de la residual Foro, partido creado en su momento –no lo olvidemos– por el exvicepresidente español Francisco Álvarez-Cascos. A cambio, eso sí, de unas determinadas exigencias. No parece sensato que una decisión de tanto calado pueda tomarla, en último término, un único diputado a través de componendas del juego parlamentario.

Mientras, algunos síntomas alertan de los peligros del enconamiento. Una madre se quejaba la pasada semana en una carta al director de que, durante el pasado puente de Todos los Santos, de los 33 pases de una actividad infantil en el Jardín Botánico de Gijón, no había ninguno disponible en español; todos eran en asturiano (ella decía bable). Visto desde Madrid, todo hace indicar que se han radicalizado las posturas. De los que, para defender la cooficialidad, intentan imponer el asturiano y de los que, para atacarla, pretenden reducir la lengua local a un aldeanismo o, peor, a un huevo de la serpiente del nacionalismo. Desolador. Y, como se atribuye a San Ignacio, en caso de desolación o tribulación, mejor no tomar grandes decisiones.

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