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Carlos Fernández

¿Avilés o Atenas?

La Sociedad de Amigos del País

La llamaban (no sé si siguen) la Atenas de Asturias por su poderosa actividad cultural en todos los géneros, a pesar de ser una villa que no llegaba a los ocho mil habitantes; hablamos del siglo XIX y principios del XX. Ensidesa (años 50) hizo sombra a todo; Avilés era gente, siderurgia, y humo que oscurecía el aire. Treinta años más tarde, cuando las ciudades españolas empezaron a ponerse guapas, la Villa del Adelantado pasó de cenicienta a cisne. Las calles hermosas, y las acciones culturales sonando de nuevo con gran trompetería, incluso con creaciones icónicas, teatros, música, artes, cultura de la buena.

Hace poco recibí una llamada. Era de una persona conocida, Juan García, de Avilés; un hombre activo, muy grato. Me comentó que la Sociedad Económica de Amigos del País de Avilés, a la cual pertenecía, realizaba entre otras actividades debates sobre cuestiones que entendían de interés. El procedimiento era muy simple: sentaban a la misma mesa a personas de ideas encontradas, logrando enriquecimiento y luz para todos. Y me invitaba. Mientras Juan García iba contando, yo pensaba que juntar dos polos contrarios era el sistema del arco voltaico, que da mucha luz pero quema a los electrodos y, a veces, electrocuta a quien lo maneja. Además no me gusta el boxeo.

Juan rió y me dijo que en ningún caso buscaban la pelea sino fomentar el análisis y la concordia. Pensé que si llamaban a un tipo como yo era que no tenían a nadie para el maldito debate. Pero acabé aceptando por no atreverme a decir que no y también por un poco de curiosidad. De las Sociedades de Amigos del País desconocía casi todo, que habían nacido en la época de Carlos III, que Jovellanos también andaba por el medio, que su objetivo era el fomento del territorio, poco más.

Fui a Avilés. El acto se celebraba en un buen hotel. Docena y pico de personas listas para la pelea, número que me sorprendió pues esperaba a dos o tres púgiles. El tema a discutir aquella tarde-noche no importa; baste decir que era de fuste, en el que el acuerdo era imposible: o uno u otro. Pronto vi que la salsa del asunto no estaba en el tema a debatir. Estaba en la educación, en el talante, en el respeto entre las partes. Cada una de aquellas personas expusieron su punto de vista escuchando al contrario, dándole la razón incluso en parte de sus argumentos. Recordé el deleznable espectáculo que un día sí y otro también daban algunos representantes políticos con sus maniqueísmos y manipulaciones del lenguaje. Enfrentando a los ciudadanos en beneficio propio. Y que el procedimiento que veía ante mi, el debate ordenado de las ideas, era el sistema usado en la antigua Grecia. Forzando sus recursos mentales para convencer al otro, Platón, Epicuro, Aristóteles, Diógenes y los demás, debatiendo bajo una higuera en Atenas, habían logrado los avances en el pensamiento que hoy, dos mil y pico años después, no habían sido superados. Y la Sociedad de Amigos del País hacía lo mismo. En Avilés.

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