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Francisco Sosa Wagner

¿Prohibir la prostitución?

Sobre los afanes prohibicionistas

Hablamos y escribimos sobre la prostitución estos días sin dispensar a ese mundo el respeto que merece como fragmento eterno que es de todas las civilizaciones pasadas. Y –sospecho– como ingrediente indestructible de las futuras.

¿Prohibir la prostitución?

Un escritor alemán, Frank Wedekind, que hoy nadie lee porque tenemos que ver las champions y las contrachampions todos los días de la semana, sentenció con gran claridad en los últimos años del siglo XIX: “antes acabarán las guerras que las putas”. Wedekind, prolífico autor teatral y personaje efusivo, es el padre de “Lulu”, figura bien cincelada de cocotte a quien se recuerda más por la ópera de Alban Berg.

De otro lado, en un momento como el presente en el que se nos anuncia, al mismo tiempo, el apagón y el calentamiento ¿es prudente acabar con los servicios acogedores que se dispensan en las casas de trato o de compromiso?

Más aún: la prohibición de la prostitución que han anunciado los primates progresistas que nos gobiernan ¿afectará también a la figura de la amante, de la consentida, de la otra, del lío, del apaño, de la hetaira? Porque, si es así, estamos hablando de palabras mayores toda vez que buena parte de la creación artística ha estado inspirada por estas imprescindibles mujeres. Tener una golfa cerca ha sido mano de santo para que la musa del ingenio se despabilara y se arracimaran las ocurrencias sublimes que hoy celebramos como grandes hallazgos literarios, pictóricos, escultóricos y por ahí seguido.

Famosa fue en el París del siglo XIX madame Savatier, una espléndida mujer que inspiró a Baudelaire versos muy sentidos de sus “Flores del mal”. Fascinados por ella vivieron otros cráneos privilegiados como Teófilo Gautier, el compositor Berlioz o el pintor Courbet.

De manera que no se entienden muchas páginas en prosa o en verso ni otras sublimes composiciones sin esta musa a la que llamaban respetuosamente “la Presidenta”. Una Presidenta, como se ve, de verdad, no un simple doctor en ignorancias como hoy se estila.

Dicho de otra forma: la musa de artista no puede desaparecer sin organizar un desaguisado. En el ministerio de Cultura debería crearse, aprovechando los nuevos Presupuestos, una “Subsecretaría de musas hetairas” y nombrar para el cargo a alguna sabiamente entrenada en el oficio. Todo antes que asfixiar el humus que tan imprescindible es para la actividad creadora.

Porque debemos saber que una mujer de estas características, pongamos una morena fogosa y evocativa, es una especie de misionera que trabaja en los abismos de la sensualidad y de ellos extrae los cristales intactos de la fantasía como quien saca música de un laúd.

Es ella quien estimula al creador para que no se fatigue, para que su obra salga poderosa, pulida, porque, si no es así, no le entregará su carnalidad palpitante que es la flor bien regada de su fructífera depravación.

Fuera de esta protección femenina el artista es un personaje perdido, extraviado, ojeroso, empeñado en peinar sus desaciertos.

Conclusión: urge la Subsecretaría propuesta para que España, hoy tan lastimada por necios prohibicionistas (de la caza, de los toros, del azúcar, de la carne...), siga disfrutando del eterno aliciente del arte al que coadyuva, con su amalgama de primorosos servicios, la hermosa meretriz.

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