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Jorge J. Fernández Sangrador

De Marco Aurelio

Un aniversario de escaso relieve

Faltan poco más de cincuenta días para que el año 2021 concluya y no parece que vayan a celebrarse, en este mes ni en el de diciembre, en España, actos conmemorativos reseñables del décimo noveno centenario del nacimiento del emperador romano Marco Aurelio, que tuvo lugar el 26 de abril de 121.

No los va a haber y no los ha habido. Ni congresos ni exposiciones. Tampoco en Roma, en donde el penúltimo de los Antoninos se yergue imponente, a caballo, en la estatua de bronce que se encuentra en el centro de la plaza del Capitolio.

Bien es verdad que no están los tiempos para que le erijan una estatua a uno, ni le dediquen una calle, ni para decir que se huelga de pertenecer a la civilización cristiana, ni para cursar estudios universitarios de latín o griego. Por lo de la “cultura de la cancelación” (“cancel culture”), o lo que es lo mismo, la censura cultural.

La Universidad de Princeton ha eliminado la obligación de estudiar griego y latín en el grado de Clásicas. A partir de ahora solo se utilizarán traducciones. Las razones que se han aducido para implantar esta medida son las de la prevención del racismo sistémico que comporta para los alumnos provenientes de culturas no familiarizadas con la greco-latina, incluso de los Estados Unidos, el sentirse en desventaja respecto a otros estudiantes en el desarrollo de las clases de la especialidad.

En Massachusetts, una profesora, que considera que la “Odisea” es una obra irrespetuosa con las mujeres, ha logrado que sea retirada del programa de estudios de su instituto. Y en Escocia, los obispos católicos temen que, en virtud de la “cultura de la cancelación”, la Biblia y el Catecismo de la Iglesia sean declarados incendiarios y criminalizados a causa de las nociones de persona, sexo, matrimonio y familia subsistentes en sus páginas.

Pero volviendo al caso de Marco Aurelio, el hecho de que no se le haya dado relieve a la efeméride de su nacimiento resulta llamativo, pues no son pocos los personajes de la vida pública española que confiesan tener sus “Meditaciones” como libro de cabecera y principal inspirador de serenidad y autodominio en sus agitadas vidas.

De lo que no suele hacerse, sin embargo, mención es de lo brutales que fueron las persecuciones anticristianas bajo su filosófico reinado. De la saña y la ferocidad con la que se dio muerte a los mártires de Lyon y Vienne, víctimas de xenofobia y de falsas acusaciones y utilizados para dar contento, por el derramamiento de su sangre, a no se sabe quién, se habla aún hoy con horror.

Mas a Marco Aurelio, los modos con los que los cristianos iban al martirio, cantando himnos y perdonando a sus verdugos, debían de parecerle «teatro», como deja entrever en las “Meditaciones” (11,3): «¡Cómo es el alma que se halla dispuesta, tanto si es preciso ya separarse del cuerpo, o extinguirse, o dispersarse, o permanecer unida! Mas esta disposición debe proceder de una decisión personal, no se ha de tomar en función de un simple alineamiento, como los cristianos, sino como fruto de una reflexión, de un modo serio y, para que pueda convencer a otro, exenta de teatralidad».

Muchos se preguntan si Marco Aurelio estaba al tanto de la crueldad con la que se ejecutaban las condenas, si aprobaba el que se diese muerte a alguien por el solo hecho de ser cristiano y si daba crédito a las acusaciones de practicar canibalismo e incesto que se vertían en contra de los seguidores de Cristo.

Sin embargo, debió de tener noticia de todo ello, porque su admirado maestro de filosofía Frontón era de los que propagaba esas calumnias y Junio Rústico, amigo del emperador, fue el prefecto que sentenció a morir al cristiano Justino de Flavia Neápolis sin atender a sus alegaciones en defensa propia.

Tampoco le valió de nada a Justino el haber escrito anteriormente, en tiempos de Antonino Pío, al emperador y a sus dos herederos, Marco Aurelio y Lucio Vero, una apología en favor de los cristianos, y es probable que Marco Aurelio no hubiera ni siquiera hojeado las que Melitón de Sardes, Apolinar de Hierápolis y Atenágoras de Atenas le dirigieron a él con el mismo propósito.

Pero, ¡lo que son las cosas de la vida!, mientras finaliza el año 2021 sin que haya conmemoraciones marcanas aurelianas, sí las habrá, en cambio, en honor del obispo que sucedió a Potino. Este Potino rigió la iglesia de Lyon en tiempos de Marco Aurelio y murió mártir causa de los malos tratos que le infligieron los esbirros imperiales sin que los moviese a compasión el que fuese un anciano de noventa años.

Y el obispo designado para ocupar su puesto fue Ireneo, discípulo de Policarpo de Esmirna y primer teólogo católico, que no formó parte de aquel grupo de mártires de Lyon por haber tenido que ir a Roma para tratar asuntos graves de naturaleza doctrinal y al que el Papa Francisco va a declarar próximamente “Doctor de la Iglesia” con el título de “Doctor unitatis”.

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