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Una piedra en el camino del PP

El poder que exige Ayuso por arrollar a la izquierda

Cantamos victoria sobre el virus, para nuestros adentros y con la duda de una recaída, y casi sin darnos cuenta nos encontramos de vuelta en la polifacética crisis en la que entramos hace algo más de una década, con muchos asuntos pendientes sin resolver. Todos los indicadores señalan de forma inequívoca que perdemos posiciones en las distintas clasificaciones mundiales económicas e institucionales de los países. Enfilamos la recta final de la legislatura, nos acercamos a unas elecciones generales que serán decisivas, como lo son todas y han resultado en particular las celebradas desde 2011, y hay que ver las perspectivas, en cualquier modo inciertas, que ofrece el panorama político. Del proceso independentista catalán quedan las cenizas y algún rescoldo, pero la política nacional no acaba de despejarse.

El meollo está en el sistema de partidos. La situación puede resumirse así: un gobierno en estado condicional, cada vez más del PSOE y menos de UnidasPodemos, rodeado por cuatro partidos perdidos en la confusión y una decena de pequeños grupos de ámbito regional pululando a su alrededor en busca de reconocimiento, recursos y un trato de favor. El PSOE ha clausurado su cónclave congresual a la búlgara, dispuesto a acompasar el balanceo que marque Pedro Sánchez en cada momento, pero sin fisuras. La unidad, un valor que cotiza alto en el mercado electoral, es hoy una de sus bazas más fuertes en la competición entre los partidos. Otra estriba en que, a pesar de sus manifiestas querencias actuales, nunca ha cerrado definitivamente la puerta al diálogo con la derecha y eso provoca que la política española siga pivotando en gran medida sobre él.

El resto de los grandes partidos, sin embargo, se debate entre la indefinición, los altercados domésticos y la agonía. A la izquierda del PSOE hay un electorado, que oscila en torno al 10%, pendiente desde que Pablo Iglesias lo abandonara, de que una organización, con un líder fácilmente identificable y con un programa, reclame su voto. Yolanda Díaz debe superar el examen de la reforma laboral y no podrá entretenerse mucho en la conversación que quiere tener con la sociedad española antes de postular su candidatura. El designio de Podemos al respecto es una incógnita. Las encuestas reafirman la lealtad a Vox de sus seguidores, aunque el partido preserva la ambigüedad ideológica que lo caracteriza, mientras se va decantando por actitudes antisistema. Y Ciudadanos es un partido en su esqueleto, que no tiene ya un perfil político reconocible y ha perdido a sus votantes y simpatizantes.

El caso del PP merece una consideración aparte por el hecho de representar la única opción plausible que pude garantizar la alternancia en el gobierno, un requisito esencial de toda democracia. Desbancado del poder en una moción de censura, se apresuró a renovar el equipo dirigente con una profunda división interna. Luego cosechó dos severas derrotas en las urnas, lo que unido al crecimiento súbito de Vox y el éxito de Feijóo en las autonómicas gallegas disparó las dudas con las que Pablo Casado carga, cual pesada losa, desde su nombramiento como presidente del partido. El resultado de las elecciones madrileñas, digno de estudio, supuso para él un alivio y un punto de inflexión en la evolución del voto. A partir de aquel día, con la excepción de los sondeos del CIS, el PP aventaja en todas las encuestas al PSOE en el voto estimado.

Es el dato que Casado aspira a confirmar en el escrutinio de las próximas elecciones. Pero Ayuso da a entender que ella es la artífice del cambio de expectativas que ha salvado a su partido de una catástrofe y lo ha convertido en favorito. Exige el poder que cree que le corresponde por un triunfo arrollador sobre la izquierda en pleno. Parece evidente que no siempre sigue la línea política del partido, lo que supone un tremendo fastidio para un líder débil que intenta distinguirse de la derecha radical, pero más inquietante todavía es la sospecha generalizada sobre su ambición política, que de momento muestra y oculta a la vez dosificando las insinuaciones atrevidas con declaraciones aplomadas. Casado percibe el peligro, es consciente de que está obligado a imponerse, pero es posible que Ayuso no ceda y teme las consecuencias de un enfrentamiento abierto. Ambos se están dando un tiempo para evaluar por anticipado los daños previsibles. Este no es un problema menor para Casado en su camino a la Moncloa. Las encuestas no tardarán en revelar su magnitud.

Efectos extraños y paradojas de la política. Los madrileños rescataron a Casado y en el mismo acto le crearon un serio problema. No es necesario votar al PP para comprender el papel que juega en la democracia española, en la que los únicos que muestran hoy una buena estabilidad son el PNV, el PSOE, tras cerrar ambos sendas crisis históricas, y, repárese bien en esto, un gobierno cogido con alfileres

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