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Millas

El trasluz

Juan José Millás

Mondo cane

Vivimos cercados por el Apocalipsis: Polonia, Bielorrusia, Marruecos, el aeropuerto de Mallorca, Enrique Arnaldo, la previsible huelga del transporte, caravanas de contenedores atascados en Asia, el apagón austriaco, los bajos salarios, el precio de la vivienda, el cambio climático, la precariedad laboral, el Metaverso, la sexta ola del virus, la cena de Navidad, el precio de la luz, del gas, el frío del invierno… Es duro levantarse cada día con las mismas preocupaciones con las que te acostaste. La noche debería servir para que la ansiedad se diluyera en las oscuras aguas del sueño. La vida diaria empieza a parecer un naufragio. Despierta uno asido a un tronco, rodeado de cuerpos aferrados a pedazos del mástil de la nave, etc.

Yo salgo a caminar a primera hora con buen ánimo. El frío me despeja del aturdimiento nocturno. El problema es que voy escuchando por la radio la actuación de nuestros próceres en el Congreso, lo que me devuelve a los terrores del insomnio. A plena luz del día, me encuentro como en medio de la noche más oscura del alma que quepa imaginar. Son las nueve y media de la mañana cuando vuelvo a casa dispuesto a no dejarme vencer por el desánimo. Escribo un par de horas y hago un alto para tomarme una fruta en la cocina. Me pregunto si debería hacer acopio de alimentos. Pero la fruta, incluso en la nevera, dura poco. Al rato, me encuentro inmerso de nuevo en la idea del colapso total. Debería haber comprado linternas, pilas, carne y pescado congelado. Tal vez debería adquirir uno de esos arcones industriales en los que caben siete corderos y dieciocho merluzas. Pero jamás he sido de hacer acopio. Me parece un acto de insolidaridad, aunque quizá sea mera pereza disfrazada de nobles ideales.

Por la tarde, voy a buscar a mi nieta al cole. Ya ha alcanzado la altura legal para ocupar el asiento del copiloto y hablamos como dos colegas. Me dice que si un día, al descender a las profundidades del metro, lo encuentro vacío, debo salir corriendo, pues hay en esos túneles una niña partida por la mitad, sin piernas, de nombre Teque-Teque, que mata a la gente solitaria.

–Algo había notado yo –le digo pensando en las catástrofes que nos rodean.

–Pues toma nota, abuelo –concluye con toda seriedad.

Mondo cane.

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