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Julio Vaquero Iglesias

Arnaldo y la ética política de Maquiavelo

La renovación del Tribunal Constitucional

La votación favorable, con excepciones, de los diputados de la coalición gobernante al señor Arnaldo, candidato del Partido Popular y de dudosa trayectoria de honestidad política y personal, para ser elegido miembro del Tribunal Constitucional, es decir, el Alto Tribunal que debe discernir sobre la legalidad o no de las leyes y medidas gubernamentales, plantea un problema de fondo de nuestra vida política.

Se ha hablado de votarlo con la pinza tapando la nariz para evitar el olor nauseabundo que emana de tal elección o incluso, yendo más allá, no sólo de hacerlo tragando sapos e, incluso, como ha mencionado el siempre expresivo diputado Rufián, un cocodrilo de enormes dimensiones.

Pero la cuestión va más allá de esa elección concreta. En primer lugar, cómo es posible que el señor Casado pueda proponerlo para tan alta función con toda la mochila que el buen señor lleva a sus espaldas. Ahora ha salido a luz la (presunta) relación entre el líder del partido de la derecha y la influencia del señor catedrático para que aquél aprobase de una tacada decenas de asignaturas que le permitieron obtener su título de Derecho, que hasta entonces parece ser que el señor Casado era incapaz de aprobar. Esa ya es de por sí una propuesta que desprende un olor nausebundo a corrupción que inunda el ambiente y que da la medida justa de cómo entienden algunos la política.

Pero, sobre todo, anonada casi más la postura del partido gobernante que para obtener un bien mayor establece que sus diputados lo voten. Es plantearse el problema desde la óptica ética del maquiavelismo político que es de difícil aceptación por partidos que se dicen de izquierdas. ¿Es posible alcanzar un bien cometiendo un mal? Para Maquiavelo que defendía que la ética política era diferente de la ética personal así era. Pero que tal planteamiento lo acepten políticos que provienen de la izquierda es difícil de aceptar.

No es extraño que algunos diputados de la coalición gobernante se hayan negado a pasar por esa disciplina de voto y se hayan decidido a no ejercer ese voto tan corrompido. La actitud de la izquierda gobernante es sin duda una actitud tan corrupta como la propuesta de la derecha de un señor de dudosa honorabilidad para un tribunal con una misión de tan importante papel en una democracia. No sólo por tal decisión concreta de la izquierda gobernante, sino por la implicación negativa que tal actitud supone para los ciudadanos y la democracia.

Como la mujer del César que debe no sólo debe ser honorable en sus actos, sino también parecerlo, la democracia debe ser un sistema que cumpla todos los requisitos de honorabilidad y decencia para los ciudadanos. No hacerlo significa sin duda su pérdida de confianza en ella. Y ese sí que es un mal mayor que el bien menor que se pueda obtener dándole el voto a un personaje como el tal Arnaldo. Desde luego, la ética política de Maquiavelo no debe ser la base de la práctica política de una izquierda democrática.

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