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José María García Blanco

¿Formación del espíritu asturiano por la ruta de la llingua?

La versión “amable” de la cooficialidad tendrá efectos jurídicos, con consecuencias económicas y sociales

Es muy probable que este artículo reproduzca muchos de los argumentos “enemigos del bable” a los que calificaba hace unos días el Sr. Pedro de Silva de viejos y pobretones, por lo que difícilmente podrán estar a la altura de ese “el bable está ahí” con el que defendía la cooficialidad. Pero mi viejuna tozudez me impele a publicarlos.

Para hacerlo tomo pie en una interrogante planteada por un orador en la reciente manifestación en favor de la cooficialidad: si “quiciás tenemos que recordar lo que falaben los nuestros güelos y güeles pa que-yos dea’l sol na cara a esos que renieguen de la llingua de casa”. A ella solo puedo responder que en mi casa nunca se habló así, porque ni mis abuelos ni mis padres hablaban así, como tampoco lo hacen mis parientes vivos y sus vecinos, como pudo comprobar la conductora del programa “Pueblos” de la TPA cuando visitó la parroquia en la que nacieron todos ellos (Cueva, concejo de Salas) hablando su ortodoxa llingua.

Mis antepasados, mis parientes vivos y sus vecinos han hablado siempre el asturiano occidental, que yo aprendí con los unos y uso hoy con los otros, cosa que difícilmente ocurre con los hablantes de la llingua, pues al menos todos los que conozco bien la han aprendido al margen de su familia y su comunidad vecinal.

¿Para qué, entonces, la llingua? A esta cuestión, suele responderse que para la “normalización lingüística”, pues ninguna lengua puede ser promovida en su variedad real. Por eso es importante determinar qué significa normalizar. Según la RAE, puede significar tres cosas: 1) poner en orden lo que no lo estaba (o sea, regularizar); 2) hacer que algo se estabilice en la normalidad, y 3) tipificar (ajustar a un tipo o norma).

¿Precisa el habla en Asturias ser regularizada por estar desordenada? Como veo difícil que nadie pueda sostener esta tesis, entiendo que la normalización debe ir en alguno de los otros dos sentidos. En el segundo, la clave está en la palabra normalidad. Siguiendo con el diccionario de la RAE, esta voz puede entenderse en sentido existencial: lo normal como estado natural, habitual u ordinario de algo; o en sentido normativo: servir de norma o regla, ajustarse a normas fijadas de antemano. A este sentido normativo es equivalente la tercera acepción de normalizar (tipificar).

Como la llingua no observo que sea natural, habitual ni ordinaria, solo cabe entender que representa una normativización lingüística. Una normativización aquejada, además, de una notable divergencia de las hablas asturianas ordinarias, entre otras cosas por el afán de forzar artificiosamente su diferenciación del castellano.

Pero puede que esta normatividad lingüística realice mejor finalidad de todo lenguaje: la capacidad de comunicación. Sinceramente, lo dudo, porque para eso ya disponemos del castellano. Con él podemos comunicarnos con quienes hablan otras variantes del asturiano, así como con muchos otros, ‒cuando menos la mayoría de los residentes en nuestras grandes áreas urbanas‒ cuya lengua es el castellano, o todo lo más hablan una versión dialectal (asturiana) del mismo.

¿Por qué, entonces, la llingua? En este tiempo que por globalizado estimula precisamente las diferenciaciones identitarias, el ejemplo cercano de las llamadas “nacionalidades” creo que está ejerciendo un poderoso efecto mimético. Lo chocante es que, en Asturias, ausente un movimiento nacionalista significativo, sea la izquierda quien enarbole ese estandarte político del particularismo nacionalista que es tener una lengua propia‒habitualmente considerada esencia de la identidad y unidad nacionales.

A buen seguro que la izquierda partidaria de la cooficialidad rechazará este argumento, alegando que nada de nacionalista hay en su pretensión, que su único fin es preservar la cultura asturiana. Mas, si así fuere, ¿por qué no se promueven las hablas tradicionales, y no artificiosa tipificación, cuya imposición no puede tener otro sentido real que la formación de un espíritu nacional?

Para muchos de los partidarios de la cooficialidad, este fomento del espíritu nacional puede pasar inadvertido. Pero hay otros para los que es manifiesto, pues, cuando se proclama que oponerse a la llingua y su cooficialidad significa renunciar a la “visión asturiana del mundo”, se esta apelando ni más ni menos que al “espíritu del pueblo” ‒o sea, a la entelequia historicista y antiilustrada del Volksgeist, inspiradora de los nacionalismos europeos más rancios y excluyentes.

En cuanto a las consecuencias de la cooficialidad, podremos ver que, de consumarse, su cacareada versión “amable” acabará fácilmente no siéndolo, porque, se reconozca o no, tendrá efectos jurídicos, de los que derivarán las correspondientes obligaciones para la Administración asturiana y sus servicios públicos, tras las que llegarán los efectos económicos y sociales.

En relación con estos últimos, hemos podido ver argumentos sorprendentes, como que la cooficialidad será ventajosa para los opositores asturianos, pues compensará el cierre lingüístico de otras administraciones autonómicas con el cierre de la propia. ¿Y para la Administración asturiana será también ventajoso? ¿Mejorará la calidad de sus recursos humanos poner barreras a la competencia de opositores y empleados públicos del resto de España? Pero más sorprendente resulta todavía leer que la falta de reconocimiento legal del asturiano es un síntoma de nuestro declive socioeconómico, así como esgrimir como apoyo de esta tesis una recomendación política hecha al Consejo de Europa por un congreso de autoridades regionales y locales europeas, según la cual la oficialización de las lenguas minoritarias es un factor de desarrollo económico y social, en cuyo respaldo se esgrime una supuesta e indemostrable conexión entre el auge económico del País Vasco y la euskaldunización de su población.

Concluyo manifestando que todo lo dicho no significa oponerse a la protección y promoción de la cultura asturiana. Muy al contrario, soy un firme partidario de su fomento, y en especial del asturiano, pero en régimen de estricta voluntariedad y haciendo lo que hasta ahora no se ha hecho: respetando su diversidad real. En definitiva, hagamos de verdad lo que establece el, en su día, amplísimamente consensuado Estatuto de Autonomía.

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