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Lo que hay que oír

Francisco García Pérez

Los 60, un tractor, la reencarnación y la lengua

Píldoras “con una pizca de gracia”

En mi pueblito vacacional tengo un amigo muy aficionado a las cosas mecánicas y que se acaba de comprar por internet un tractor tan solo para ir a tomarse el aperitivo al bar del pueblo. Un John Deere verde de colección. Sobre él va, orgulloso y divertido, saludando. Como no calibro, traté de disuadirlo: se van a reír de ti, pensarán que estás loco, un tractor solo para el vermú… Como es un sabio, me instruyó: “¿No hay gente que va en una bici de fibra de carbono de cinco mil euros a tomarse la cerveza y presumir? Pues yo voy en tractor”. Tenía razón. Comentándolo con una amiga, me iluminó: “Pues qué quieres que te diga… Entre una bici de carbono y un tractor para tomar una copa y fardar, yo me subo al John Deere, sin duda”. Claro.

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Como yo, por el contrario, soy muy aficionado a las cosas de la lengua, me vuelve loco aprender y discutir nuevas palabras o expresiones. Por ejemplo, define el Diccionario académico la locución latina “cum grano salis” (es decir, “con su grano de sal”) como “tratarse y gobernarse con prudencia, madurez y reflexión”. No estoy muy de acuerdo con el DLE: ¿no sería mejor “con una pizca de gracia”? Paso el tiempo en estas cosas: entre la parresia y la veredicción (el lector me perdone y tire de diccionario).

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Cuando usted quiera denunciar la repugnante brutalidad de los humanos contra otros animales –acusación que, por cierto, se lleva mucho en los actos glamurosos de esta nueva normalidad o veterana desescalada o vieja barralibre o púber botellonismo−, le doy dos posibilidades. Valdría, aunque es largo, hablar de “violencia epistémica y material de nuestra especie”. Pero si quiere salir a hombros, diga que usted está harto del “carnofalogocentrismo”. Ojo, beba con moderación y no consuma sustancias psicotrópicas antes de expelir tal palabrón. Dificultad muy alta. Ensaye primero en casa. Luego, antepóngale un prefijo (híper, mega, súper...) y quedará usted como un príncipe, si lo consiguiere. Se lo acabo de oír a un discípulo del filósofo (o embaucador) Jacques Derrida. Desde luego, nos extinguiremos nosotros solitos como especie a fuer de pura pazguatería.

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Acaba de publicar el expresidente de Asturias, abogado, columnista y escritor de variados registros Pedro de Silva (1945) su novela-ensayo o ensayo-novela o novela o ensayo que ha titulado “Ella” y que ya tuve el gusto de leer en pdf para comprobar una vez más que escribir arriesgado u obsoleto, vetusto o vanguardista no depende de la edad de quien firma (qué cosas más antiguas escriben algunos adanistas, y viceversa) sino del deseo de transgredir y explorar y avanzar (en busca del espíritu de aquellos 60 del XX, en este caso), o repetir a lo tonto lo ya trillado. El libro es una especie de teología civil del que cabe hasta una lectura psicoanalítica. Lo presentaron, a plaza llena, la gran catedrática feminista Socorro Suárez y el ubicuo profesor y crítico Jaime Priede. Todos atentos estuvimos.

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No he conocido a nadie más creyente en la reencarnación que un ciudadano senegalés a quien veo a diario mendigando en una esquina cercana a mi casa. ¿Porque discuto con él sobre doctrinas, credos y sistemas filosóficos? Nada de eso. Nunca nos habíamos cruzado palabra, salvo la cortesía del saludo matutino. Hasta ayer, que me formuló una pregunta señalando a “Brel”: “¿Cuántos años tiene de perro?” Ojo a la preposición. No indagaba sobre cuántos años tenía “el” perro, sino cuántos tenía “de” perro, dando por supuesto que en vidas anteriores habría sido qué sé yo baobab, alto ejecutivo del Crédit du Sénégal, megalito, cocodrilo o lateral izquierdo del Club Atlético Newell’s Old Boys. Conocidas como me son las varias y cada vez más notables habilidades de “Brel”, estoy considerando muy seriamente convertirme yo a tal fe.

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Miren qué palíndromo de mi amigo invisible, en el que hasta las tildes funcionan: “Él aportole el otro palé”. Veinte caracteres.

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