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JC Herrero

De nuevo la sexualidad

La venta en farmacias

Fue sorpresivo, aun así volví a cerciorarme del canal en el que estaba, por si me hubiera confundido. Y no. Es un canal de educación y ciencia, así quedé tranquilo.

En la publicidad, una joven exhibe una máquina que se asemeja a una depiladora, muy ergonómica y adaptable a la mano. Cualquier invento manual debe tener esa cualidad propioceptiva. Era, al fin, un consolador multi-orgásmico. Toda una racionalidad social que ya no se esconde, se publicita.

Va a ser que todo aquello que genera economía adelanta a la propia gestión curricular, en la educación informal. O sea, a través de la publicidad te enteras de las “nuevas tecnologías”, que no son tanto pues devienen de época victoriana en donde los tratamientos de ciertos cuadros neuróticos se aliviaban a base de masajes, quiropráctica redentora del terapeuta a la paciente.

Las afectadas, en la creencia que pudiera ser una patología, sobrevaloraban la dactilotécnica de auscultar su parte más íntima. Es ciencia al fin y al cabo. Muy propio de los Dáctilos, hombrecillos fálicos, en la mitología griega.

Hay un debate abierto para la dispensa en farmacias de estos utensilios. Al efecto, explicamos un estudio de caso que corrobora cómo pueden contribuir a mejorar la salud, que esa es la línea roja para su venta al público.

La siguiente anécdota está en el acervo de medicina de urgencias, donde se narra los apuros de un equipo médico para sacar, de salva sea la parte, nada menos que un spray cilíndrico. Ahora lo llaman dildo, que suena a timbre, pero al paciente que corroboró la ambivalencia de esta instrumentación, también masculina, puso en jaque a toda retaguardia médica para improvisar la salida taponada por tal artefacto, sin perjuicio del vació que provoca un desatascador abocado en desagüe.

El ínclito taponado, de haber visto el anuncio de este canal educativo, se hubiera ahorrado utilizar recipientes para el pelo, cuyo uso es desaconsejado como tapón, obligando al más ingenioso de los cirujanos de guardia a optar por hacer en el abdomen del doliente una “caidita” de Roma, muy de Chiquito de la Calzada. O sea, un galeno de baja estatura tuvo que hacer una maniobra de Heimlich, en toda regla, para que el corcho saliese impulsado como el descorche de un buen champán. El paciente salió ileso, eso sí, asustado.

Haciendo publicidad de los dildos, debidamente supervisada por pedagogos y en horas no lectivas, evitaremos pacientes encorchados, y sobre todo vergüenzas a las familias que esperaban en la sala, pendientes de que alguien les diese respuesta al porqué ha sido atendido en urgencias su pariente. Fue el peor trago para la enfermera portavoz. Ergo el dildo “para farmacia”.

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