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Cultos al animal divino

La tumba del perro “Yumper”, un mestizo más bien pequeño, cabeza afable tirando a osito y amigo de sus amigos, se encuentra en un discreto jardín en Somiedo junto al porche de quienes ni siquiera eran sus dueños, pues “Yumper” elegía a sus afines. Tras darle profana y digna sepultura, esos afines decidieron honrar su memoria con una Fundación en defensa de los valores humanos que lleva su nombre y otorga cada año unos galardones presididos por el buen amor y el buen humor (como el recibido hace días por el agitador folklórico Rodrigo Cuevas, anticipándose el Yumper al Ojo Crítico, de RNE). El recuerdo de “Yumper” y su imagen ejercen una extraña y difusa tutela sobre el evento. Hay en este culto espontáneo un eco que viene de muy lejos, antes de que el llamado rey de la creación se hiciera dictador sobre la vida y se volviera odioso. Quizás el animalismo peregrine un día a la tumba de “Yumper”.

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