Si al perro flaco un puñado de pulgas le provoca un estropicio, al suroccidente de Asturias cada garrapata le lleva de cabeza a la UCI del Hospital de Cangas del Narcea. ¿Existe territorio en esta región más castigado, más sumido en el olvido, más necesitado de respiración asistida? El fallecimiento el sábado por la noche de una mujer de Allande en el corredor del Narcea, atrapada por el golpeo de una enorme roca sobre el vehículo en el que viajaba tras un argayo que devino en monumental pedrea, es síntoma de cómo hasta la fatalidad se ceba sobre una comarca más dependiente que ninguna otra de la protección y el auxilio público.
Una vida que se pierde, una autovía que queda cortada y con enormes destrozos, una vuelta atrás de una década en las comunicaciones de una comarca deprimida a la que se obliga a retornar al pasado tortuoso de la vieja carretera y a dar rodeos. De todo lo malo que ocurre en esta región, la peor parte va siempre a parar al Suroccidente.
Por otra parte, Asturias tiene un problema con los desprendimientos de ladera, que se suceden cada otoño y cada invierno cuando arrecian las lluvias y se desatan temporales como los de esta pasada semana, jarreando días enteros. Masas de roca que vomita la montaña, tierras y lodos que se desplazan a favor de la pendiente bajo la fuerza de la gravedad. No existe medicina frente a esa dolencia del terreno en una región húmeda, inclinada y con tipos de suelo proclives al deslizamiento. Limpiar argayos y reparar carreteras dañadas a su paso consume cada año muchos fondos de la bolsa regional.
El asunto es grave: el suroccidente asturiano lleva décadas peleando cada día contra los elementos, pero resulta baldío pretender solo con los brazos de esa buena gente poner freno a las leyes de Newton.
