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Manuel García Linares

Las hojas muertas del otoño

Ante el inicio de la fría estación invernal

Llegamos al final del dorado y otoñal noviembre que nos va dando paso a la fría y gris estación invernal. Cuando finalizaba el verano, siempre le oía decir a mi madre, lamentándose, “¡qué aburrimiento! Se enfría el tiempo, se acortan los días, nos falta luz y energía y el pueblo se queda vacío”.

Noviembre empezó, como antaño, con la fiesta de los muertos; las gentes han acudido a las iglesias y cementerios de sus raíces, para tributar el homenaje debido a sus finados y que, debido la pandemia, el año pasado no se ha celebrado; en estos días acuden a los templos y camposantos, creyentes, agnósticos y ateos, por contactar con los espíritus de los que nos han precedido en esta vida.

Con el ya familiar covid-19 hemos revivido las historias del pasado, desde las plagas bíblicas hasta las pestes medievales, pasando por infinidad de epidemias; la muerte siempre nos ha estando rondando y es temida, pero a la vez celebrada con invocaciones y aquelarres, quizás ahora, en los tiempos de la “nueva era”, la podríamos colocar en las alucinaciones de la droga y el alcohol de bacanales o botellones, tras tanto tiempo encerrados ahora nos liberamos, con una especie de sedación que nos facilita el “sistema” para no contemplar la caída de las hojas muertas.

Cuando era niño, escuchaba las leyendas, al calor de la lumbre, sobre ánimas en pena que vagaban por la sierra; historias de la güestia, la santa compaña y de los aparecidos, en los cruces de caminos, los niños colocábamos calabazas y “tsuminarias” con una vela dentro; por la radio, escuchábamos el Tenorio de Zorrilla, y en alguna ocasión lo veíamos representado por una compañía de teatro ambulante que llegaba al pueblo; ahora, todo ha cambiado, no llegamos a las fiestas de los muertos mexicanas, mezcla de cultura indígena e hispánica, pero si se va imponiendo el “halloween” de la sociedad de consumo que nos llega como un carnaval adelantado, dejando una segunda parte para los “antroxos”, previos a la Cuaresma.

Ahora las hojas de los avellanos, abedules, arces, castaños, robles o hayas, durante el otoño, van sembrando nuestros bosques y jardines con una amplia gama de colores, desde el pálido amarillo ocre hasta el bronce dorado pasando por el rojo anaranjado, curiosamente estos alegres colores son los colores de las hojas muertas que van abandonando los árboles al carecer de savia; así también los humanos, en el otoño de la vida, al perder la savia del alma entramos en la noche de las sombras, similar al invierno estacional de las hojas muertas.

Se dice que el otoño es una hermosa estación llena de color pero con abundantes brotes depresivos que se acentúan en estos tiempos de incertidumbre e inestabilidad, ¿producto del “nuevo orden mundial”?; es muy posible, nuestras almas vagan por pueblos y ciudades, al igual que antaño lo hacia la güestia o la santa compaña, pero ahora robotizados bajo el control de los “chips”, pero que no impiden la realidad de las hojas muertas.

Finalizó noviembre y llegaron los fríos y las nieves. Los osos y las ardillas hibernan pero los ciudadanos no; se disparan los precios de la energía y de los combustibles y los únicos salarios que suben, son los de los políticos y, a pesar del “Black Friday”, muchas familias tienen problemas para llegar a finales de mes. Pero si miramos en nuestro entorno podremos observar que entre las “hojas muertas” las almas vivas se revelan y se empiezan a movilizar por el descontento y porque la única forma de combatir el frío... es con un otoño caliente; con la rebelión de las masas.

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