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José Luis Salinas

Juicio a la frágil memoria

Los recuerdos son fácilmente manipulables

La memoria es frágil, los recuerdos aún más. Hechos que puede parecer cristalinos como el agua resulta que son trampantojos que el cerebro usa para engañarnos. Así de duro. Y no nos queda más remedio que vivir en una dudosa armonía con él, porque el cerebro es el que tiene el control. Para evaluar lo endeble de los recuerdos los psicólogos han usado como campo de estudio algo tan sencillo como los juicios. Porque un juicio es como una gran obra de teatro en la que en lugar de guiones hay que tirar de recuerdos. Y ahí empiezan los problemas.

Estas semanas en Asturias se han celebrado dos juicios con proyección nacional, el “caso Ardines” y el de los cursos de formación de UGT. Dos representaciones judiciales donde la memoria de unos y otros se ha vuelto a poner en juego y que son un buen gancho para recordar algunos estudios psicológicos sobre cómo funcionan los recuerdos. Mal, y no es ningún “spoiler” (destripe).

La psicóloga americana Elisabeth Loftus es toda una institución evaluando la deficiente memoria de los testigos. Comenzó con un experimento en el que analizaba cómo el lenguaje de los abogados influía en esos recuerdos. Para ello no fue a ningún juzgado, tomó como conejillos de indias a medio centenar de sus estudiantes y les puso un vídeo muy corto en el que dos coches chocaban el uno contra otro. Nada complicado. Fácil de recordar así de primeras. Dividió a sus alumnos en cuatro grupos y les hizo la misma pregunta a todos. Bueno, no era exactamente la misma. Había un matiz más que importante. Cambió los verbos. Es decir, al primer grupo le preguntó “¿A qué velocidad considera que iban los dos coches cuando contactaron?”. Para el segundo mudó el “contactaron” por “se golpearon”, al tercero por “colisionaron”, y al cuarto por “chocaron”. Descubrió que cuanto más agresivo era el verbo más velocidad estimaban los estudiantes. Y cuánto más suave era, todo lo contrario, más despacio decían que circulaban. Curioso.

Animada por el hallazgo los estudios de Loftus fueron creciendo y articuló la conocida como teoría de los falsos recuerdos y la del paradigma de la información engañosa. Igual de llamativo fue otro de sus estudios en el que –compinchada con familiares y amigos– logró introducir recuerdos falsos en sus “víctimas”. Consiguió convencer a varios sujetos que cuando eran pequeños se habían perdido en un centro comercial. Nunca había ocurrido, pero el recuerdo pasó a formar parte del acervo personal del engañado. Tan vívido, tan real que asusta. Loftus ha explicado estas teorías en juicios tan mediáticos como el del asesino en serie Ted Bundy o el del boxeador O. J. Simpson.

Aunque no todo el mundo tiene una memoria frágil, corruptible o inconsistente. El neurólogo ruso Alexander Luria documentó y publicó en un libro el caso de uno de sus pacientes (Salomón Shereshevski) que era incapaz de olvidar. Todas sus experiencias quedaban almacenadas en su memoria. Todas. Podía recordar series de palabras que le habían sido recitadas una sola vez hacía quince años. Salomón tenía un poder especial para la sinestesia e identificaba voces con colores. Decía: “Qué voz tan amarilla tiene usted”. No había límites entre sus cinco sentidos. Un caso raro. Una habilidad que, inevitablemente, le llevó a tener una existencia repleta de dificultades porque, como suele ocurrir, hay demasiadas bendiciones disfrazadas de maldiciones. El suyo, como otros recogidos por el neurólogo inglés Oliver Sacks, son casos anómalos en un mundo que tiende a la amnesia. Así que el conocido refrán que dice algo así como que nada es lo que parece podría en esta ocasión cambiarse por nada es cómo se recuerda. Excepto para Salomón Shereshevski.

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