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Emilio Cepeda

Crónicas de Bradomín

Emilio Cepeda

El agente literario

Corría el año 2002, cuando subí por primera vez un blog de mi titularidad a internet. Lo recuerdo porque coincidía con la entrada en vigor del Euro. Comencé a colgar con cierta regularidad pequeñas crónicas, reflexiones, vivencias… cosas sin pretensiones. Poco a poco fui ampliando contenidos, a crear relatos, etcétera. Dando con ello salida a mi tardía e insospechada inclinación a la escritura.

Bastante tiempo después, inmerso en finalizar la obra de recopilación en la que me había embarcado “De los Cafés Antiguos en la Ciudad de Oviedo (2007)”, tuve ocasión de conocer a un extravagante y consolidado autor asturiano, por entonces, con más de una decena de obras publicadas: novelas, ensayos, poesía y artículos en prensa. Comenzamos a vernos con cierta frecuencia en la biblioteca o en locales de copas de Oviedo. Puede que estimulado por su influencia me animé a escribir una novela. Al principio me fue sorprendiendo la soltura y facilidad con la que avanzaba en el desarrollo de la trama; en quince días había escrito casi ochenta folios. Entre parones, bloqueos y correcciones, habían pasado más de dos años hasta conseguir finalizar la narración: un total de doscientas cincuenta páginas.

Aunque consciente de la dificultad, animoso, preparé a conciencia el borrador y con determinación me presenté en dos editoriales locales que me había recomendado el amigo. En ambos casos, aunque por distintas razones, la respuesta resultó negativa. Borrador al cajón de “ya veremos” y a otra cosa.

Un buen día el consumado escritor me comunica que tiene concertada una cita en Oviedo, con un agente literario madrileño y que le hablará de lo mio. Días después recibo la llamada: quedo citado en la cafetería de un céntrico hotel. Me estaban esperando. Lo digo en plural, porque en realidad en la mesa había dos personas. El agente, sin levantarse se presentó. “A mi lado el amigo…” no lo dejé terminar. “Lo conozco, sé quién es”. El orondo acompañante era un conocido miembro de la pedantería militante en Carbayonia. El experto se quitó el reloj posándolo sobre la mesa. “Vamos a ello” dijo al tiempo que sopesaba el borrador con ambas manos, antes de detenerse en la sinopsis. A continuación, del bolsillo interior de la chaqueta sacó un pequeño escalímetro y comenzó a pasarlo sobre las líneas de la primera página. ¿De qué va la obra? preguntó “Bueno, es una obra de suspense, de ficción, con un final abierto...”. El acompañante me miraba fijamente y comencé a sentirme incómodo. Tomó de nuevo el borrador para comenzar a pasar las hojas con rapidez, sin prestar atención al texto. “Diría que sobran bastantes páginas” aseguró. “Pero… cómo ¿es que no lee los textos?” respondí contrariado. “Algunos, todos me resultaría imposible” matizó el mediador, para continuar ¿Conoce los talleres de escritura creativa? Acabáramos me dije “Mire, no necesito monsergas, no creo en milagros, esto es algo que se tiene o no se tiene” dije al tiempo que retiraba el borrador. ¿Usted cree que el escritor nace o se hace? insistió el sujeto, ¿Conoce algún escritor que no haya nacido? respondí levantándome. “Gracias por su tiempo”. Salí de allí ruborizado, convencido de que me habían intentado vacilar con descaro.

“Creo que hay cosas en la escritura que no se pueden cultivar: la curiosidad, la imaginación y la capacidad para describir una historia” Alma Guillermoprieto, Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2018.

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