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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Maldecirás las fiestas

El creciente rechazo a las celebraciones, políticas o religiosas, amenaza las tradiciones culturales

Mis hijos nunca han sido demasiado sociables. Yo tampoco lo era a su edad. La familia para ellos era más una obligación protocolaria que un motivo de celebración. A regañadientes, iban a ver a la abuela, visitaban a los tíos o confraternizaban con los primos. Han cumplido 18 y no solo son ellos los que nos empujan ahora a las reuniones familiares, sino que nos reprochan que celebremos la Navidad de forma tan fría, abandonando los ritos propios de estas fiestas. Son ellos los que nos apremian a colocar el belén, a instalar las titilantes luces navideñas o a preparar un menú especial para la ocasión. Todo hace indicar que han descubierto, a sus 18 años, la necesidad de la tradición. Es decir, la necesidad de rellenar el hueco que toda persona ha de cubrir para saber de dónde viene.

Asistimos a una desbordante corriente no ya de no celebrar las fiestas tradicionales, no digamos de santificarlas, sino de maldecirlas. El muy debatido documento de la UE, que tanto ha dado que hablar en los últimos días, marcaba unas pautas para los funcionarios europeos para comunicarse de forma “integradora”. Sugería, por ejemplo, sustituir expresiones como “periodo navideño” por “periodo de vacaciones”. No es nuevo. Hace años que se viene reclamando sustituir las fiestas de Navidad por las del solsticio de invierno. Sorprende que se plantee en una Europa de innegables “raíces cristianas”, aunque se haya eludido la mención expresa en su Constitución de 2004.

Esta corriente de dinamitar las tradiciones ha llevado al novelista Carlos Mayoral a escribir en la web literaria “Zenda” un artículo titulado “La Navidad es facha”. Menciona un estudio de la Universidad de Oxford que sostenía, a propósito del “Cuento de Navidad” de Dickens, que el relato demostraba que la festividad “trascendía ya el mero efecto religioso y las virtudes que reclamaba, véanse la solidaridad, la benevolencia o la gratitud”. Mayoral daba cuenta de cómo no han sido pocas las voces que se han sentido identificadas con el documento de la UE y que incluso alguna pedía acabar con la Navidad de una vez por todas, “porque había sido potenciada por el régimen de Franco”. Olvidan que la dictadura también potenció, por ejemplo, el Primero de Mayo y no por ello se deja de celebrar.

El debate se aviva entre los que defienden el carácter religioso de estas fiestas, los que denostan su confesionalidad o los que repudian su carácter consumista. Mientras tanto, no hay quien encuentre una mesa para celebrar la tradicional comida de empresa, en los tradicionales mercadillos navideños no cabe un alma más y en las zonas comerciales se vive el tradicional frenesí propio de estas fechas.

Ya no solo es la Navidad. El pasado lunes, fiesta nacional que conmemora la aprobación de la Constitución, no han sido pocos los que han alegado que no había nada que celebrar, y los que han recordado la archicitada canción de Brassens: “El día de la fiesta nacional yo me quedo en la cama igual”. Los partidos nacionalistas, como ya es tradición, se quedaron en la cama y no acudieron a los actos conmemorativos. Durante años, funcionarios catalanes sí se levantaron yendo a sus puestos de trabajo en señal de protesta, pese a ser festivo.

Un poco más atrás en el calendario, el doce de octubre, fiesta de la Hispanidad –antes de la raza– volvieron a alzarse las voces contra tal celebración hasta el punto de que algunos países hispanoamericanos, encabezados por Venezuela, decidieron llamarle el «Día de la Resistencia Indígena». Llámese como se llame, de lo que no hay duda es de que el hito de la llegada de Colón a América supone un cambio tan radical para la Humanidad que no recordado sólo puede responder a la ignorancia.

El problema es que esta nuestra sociedad pretende acabar con todo lo que suene a tradición. Hasta se ha convertido en un término peyorativo, pese a no significar otra cosa, según la RAE, que “transmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos, costumbres, etc., hecha de generación en generación”. Se pretenden suprimir las tradiciones sin tener una alternativa para reemplazarlas.

El abandono de las esencias grecolatinas de nuestra sociedad es otra muestra más del rechazo a lo precedente. A este paso, pronto olvidaremos de dónde venimos. No sabremos que hoy es un jueves –gracias a Júpiter– de diciembre –porque era el décimo mes del calendario latino–. Y, ya se sabe, una sociedad sin fundamento, al igual que una planta sin raíces, es una sociedad muerta.

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