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Francisco Sosa Wagner

Derecho de autodeterminación

La reforma de la Constitución

El pasado día de la Constitución nos hemos enterado de asuntos interesantes que ilustran y enriquecen nuestros sueños. Así, el descubrimiento de la mancha que afea ese texto jurídico y en la que no habían caído ni siquiera los más perspicaces de sus estudiosos. Creíamos que en 1978 se habían alojado en él los derechos y las libertades públicas tal como es usual en las Constituciones de aquellos países que cuentan con un sistema político presentable desde la Revolución francesa para acá.

Pues no es así. Grupos políticos del Congreso de los diputados nos han explicado que el derecho de autodeterminación de los pueblos no se halla recogido en esa Carta magna. Por ello necesita ser reformada si queremos escapar del estigma de hallarnos en el furgón de cola de la Historia.

La observación tiene su importancia: primero, porque los dirigentes de tales grupos son personos, personas y persones de grandísima consistencia intelectual y versados en achaques constitucionales, aprendidos en distinguidas cátedras españolas y foráneas. Segundo, porque son casualmente quienes permiten que el Gobierno de España sea tal y no una cáfila que vaga, cultivando el aspaviento pero ayuna de poder, por el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio de la Carrera de San Jerónimo.

–No hay Constitución seria en el mundo que acoja tal derecho –ha dicho un doctor por Bolonia, un tipo con gafas y finchado de vanidad. Tristón y de derechas, por supuesto.

Me he entregado a dar vueltas a la propuesta y concluyo que en efecto tal derecho no aparece en nuestra Constitución pero, al mismo tiempo, constato que quienes lo proponen no nos han explicado un pequeño detalle, a saber, quién, como sujeto de tal derecho, puede ejercerlo. Presuponen que Cataluña, el País Vasco, Baleares … y me digo yo, en mi ignorancia, por qué no Calanda, por sus melocotones carnosos y jugosos, usados para aventar miasmas patógenas; Noreña por sus callos sabrosísimos, remedio de desafueros; El Casar, por su queso, consuelo en las más atroces desgracias; Castrillo de los Polvazares, cabe Astorga, por sus cocidos cuyos ingredientes están escritos en letras capitulares; Córdoba, por ese salmorejo que a más de un moro de la zona le ha sacado de sus herejías; Teruel, por sus migas, seductoras y lascivas, trabajadas por fuegos perseverantes…

–No se equivoque, altivo escribidor de estas “Soserías”, –me dice el bolonio–: quienes defienden el derecho de autodeterminación lo que quieren en puridad es acabar con España. Y anote que son peligrosos porque son quienes han dado la vida y amamantan al actual Gobierno.

Puede que tenga razón pero, con todo, a mí la reforma de la Constitución me excita, me pone porque tiene el pelllizco de la aventura, que perdería, ay, si se hiciera aplicando artículos y preceptos, algo propio de mentes aburridas y acatarradas. Lo original sería dejarla, para que la hagan a su manera, a quienes quieren acabar con España, con la Constitución, con la Monarquía, con las Fiestas de moros y cristianos y con la tomatina de Buñol.

Estrenaríamos una nueva lógica que además, y aquí lo emocionante, podría generalizarse. Así, por poner unas cuantas verbigracias, encomendaríamos los campeonatos de fútbol a los detractores de este deporte, las temporadas operísticas a quienes abominan de tal espectáculo, los certámenes de paellas a quienes acabarían con la Albufera y sus plantaciones de arroz, los concursos de castellets a quienes los consideran una botaratada y así sucesivamente…

Se trataría por tanto de desafiar a la tradición leguleyesca plantándole cara con valentía. Nos lanzaríamos a buscar novedades inventando métodos, arrinconando relatos polvorientos, desactivando prejuicios legañosos, turbando en fin a quienes viven mecidos en la tumbona de ideas ancestrales y periclitadas.

¿No consiste el progreso cabalmente en practicar estas cabriolas?

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